Mons. D. Vicente JIMÉNEZ ZAMORA
Arzobispo de Zaragoza
S.I. Catedral de El Salvador (La Seo), Zaragoza
Jueves 29 de enero de 2015
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la solemnidad de San Valero, Patrono de Zaragoza y de la Archidiócesis. Celebrar a los santos es glorificar a Dios, fuente de toda santidad.
Hoy es la “conmemoración de san Valerio o Valero, obispo de Zaragoza, en la Hispania Tarraconense (hoy España), que tomó parte en el primer Concilio de Illíberis. Conducido a Valencia junto con San Vicente, fue enviado al destierro (505/315)”. Así reza el elogio de San Valero que parece en la última edición del Martirologio Romano.
Insigne Obispo de Zaragoza, probablemente relacionado con la familia consular de los Valerios, de la que habla el poeta Prudencio. En Valencia sufrió prisión y un proceso que el condenó al destierro, donde murió. Aunque no fue propiamente mártir, sí confesó la fe, sufrió persecución y mantuvo fidelidad a su misión episcopal.
Su cuerpo se venera en la iglesia de San Vicente de Roda de Isábena, de donde, ya en el siglo XII, fueron trasladadas a la Seo de Zaragoza las reliquias de su cabeza y uno de sus brazos.
Las oraciones y las lecturas bíblicas de la solemnidad destacan la figura del Obispo como pastor, que sigue el rastro del rebaño, aplicado a San Valero, que apacentó a sus ovejas, buscó a las perdidas, hizo volver a las descarriadas, vendó a las heridas, curó a las enfermas y guardó a las gordas y a las fuertes (cfr. Ez 34, 11-16).
San Valero fue el servidor prudente que Dios puso al frente de su pueblo y el administrador fiel de los misterios de Dios (cfr. 1 Cor 4, 1-5).
Nuestro Santo Patrón recorrió el camino de las bienaventuranzas del Reino, fue perseguido por causa de la justicia y hoy vive alegre y contento, y su recompensa es grande en el cielo (cfr.Mt 5, 1-12).
San Valero y el valor de la fe
El mensaje que hoy nos ofrece San Valero a sus hijos y fieles es el valor de la fe. El hombre de hoy, envuelto en tantas ideologías y embarcado en multitud de tareas y quehaceres, está olvidando lo fundamental: cuidar el valor de la fe. Los tiempos recios en que vivimos reclaman amigos fuertes de Dios (Santa Teresa de Jesús) y piden una fe especialmente viva, que implique no sólo a la inteligencia y a la voluntad, sino también al corazón y al comportamiento moral. Si la experiencia de la fe no se aviva, la fe languidece y se convierte en una especie de ideología o en un voluntarismo extenuante.
¿Qué valor real y práctico damos a la fe y a la presencia de Dios en nuestra vida? ¿Cuánto tiempo dedicamos a conocer a Dios? ¿Tenemos en cuenta su Palabra para programar nuestra vida?
En la vida real de la mayoría de nuestras gentes la importancia efectiva de Dios es escasa. Muchos no dedican ratos a Dios, a oír y obedecer su Palabra. Viven de espaldas a Dios. El tiempo y la vida se nos van en otras cosas, estudios, trabajos, diversiones, proyectos, aspiraciones.
Ocurre algo más preocupante todavía. En nuestra sociedad y en nuestros pueblos están vigentes muchas ideas que tienden a configurar una cultura y una forma de vivir en las cuales no se tiene en cuenta ni la existencia ni mucho menos la importancia de Dios. Este abandono y olvido de Dios viene favorecido en parte por la cultura emergente, que prima absolutamente la economía y el bienestar material, olvidando la referencia a lo trascendente.
El ateísmo práctico se vive y se difunde como un inmanentismo materialista. No interesa más que este mundo. Vivir bien y disfrutar cuanto podamos. Todo esto se hace de forma tranquila, nada agresiva. Por la vía del silencio y de la marginación de la fe, por la llamada “apostasía silenciosa”.
Incluso entre los creyentes, hay muchas formas de fe débil, enferma, poco operante, incapaz de informar y dirigir la vida y las actuaciones personales, y por todo ello sin fuerza para el testimonio y la misión. Muchos cristianos tienen la fe como un recurso de última hora, por si acaso.
La verdad es que necesitamos creer en Dios para vivir de acuerdo con nuestro ser, para vivir en la verdad y alcanzar la salvación. La salvación de nuestra vida nos viene de la gracia de Dios acogida con fe, en humildad, obediencia y gratitud.
Si somos fieles a nuestra conciencia, a los signos de los tiempos, datos de la historia y de la razón, tenemos que llegar a creer en Dios. Sólo a partir de la fe en Dios podremos vivir en la verdad, que nos hace libres (cfr. Jn 8, 32) y dar sentido trascendente a nuestra vida.
Queridos hermanos: ante esta situación de crisis y de debilidad de nuestra fe no podemos caer en la desesperanza y en la patética del lamento. Es necesario reaccionar con valor y esperanza. “La Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida y la vida en plenitud” (Benedicto XVI, Homilía para el comienzo del ministerio petrino del Obispo de Roma , 24 de abril de 2005). La Iglesia tiene que estar en permanente estado de misión y debe imaginar nuevos instrumentos y nuevas palabras para hacer audibles también en nuestros desiertos la palabra de la fe, que nos ha regenerado para la vida verdadera de Dios.
Hoy es necesario que, con la ayuda de Dios, crezcan en nuestra Iglesia el coraje y las energías en favor de la evangelización, que lleve a redescubrir la alegría del Evangelio, como nos recuerda el Papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium. Es urgente encontrar nuevamente el entusiasmo en la comunicación de la fe. “La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!” (Benedicto XVI, Deus cáritas est, n. 1).
En esta fiesta de San Valero, la primera que presido como vuestro Arzobispo, confiamos a sus cuidados pastorales la fe de nuestras gentes y la vida de nuestra Iglesia Diocesana. La pedimos su valiosa protección en favor de nuestras autoridades, que rigen los destinos de Zaragoza y de Aragón, para que promuevan el bien común de nuestros ciudadanos. San Valero, nuestro padre en la fe, ayudamos a vivir el misterio de la comunión eclesial para la misión evangelizadora. Intercede ante el Señor, para que con la luz y la fuerza del Espíritu Santo se abran en nuestra Iglesia Diocesana de Zaragoza nuevos caminos para el anuncio gozoso del Evangelio. Haz que seamos una Iglesia al servicio de nuestro pueblo. Una Iglesia, que escucha, acoge, celebra y sirve.
La Eucaristía, en la que estamos participando, es alimento y bebida para el camino. Que nos acompañe en este camino Santa María del Pilar, estrella de evangelización, tan querida y venerada en nuestra tierra. Amén.