Convertíos al Señor Dios vuestro
Miércoles 18 de febrero de 2015
“Rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras: convertíos al Señor Dios vuestro; porque es compasivo y misericordioso” (Jl 2, 13). Con estas palabras del profeta Joel, en la primera lectura, la liturgia de hoy, miércoles de ceniza, nos introduce en la Cuaresma. Nos indica que la conversión del corazón es lo fundamental en esta “cuarentena” de días hasta la Pascua. Con gran riqueza de símbolos, el texto del profeta Joel recuerda que el compromiso espiritual ha de traducirse en gestos concretos; que la auténtica conversión no debe reducirse a formas exteriores o vagos propósitos, sino que exige la implicación y la transformación de toda la existencia.
“Convertíos a mí de todo corazón: con ayuno, con llanto, con luto” (Jl 2, 12). La liturgia del miércoles de ceniza, por boca del profeta Joel, exhorta a la conversión a ancianos, mujeres, hombres maduros, jóvenes y niños. Todos debemos pedir perdón al Señor por nosotros y por los demás. La exhortación “convertíos al Señor Dios vuestro” implica el desprendimiento de lo que nos mantiene alejados de Dios. Este desprendimiento constituye el punto de partida necesario para restablecer con Dios la alianza rota por el pecado y restaurada por el sacramento de la Penitencia.
“En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2 Cor 5, 20). Este texto de la segunda carta del Apóstol Pablo a los Corintios es una apremiante invitación a la reconciliación con Dios, que estaba en Cristo reconciliando todas las cosas. La reconciliación es un don del Padre, que acontece en Cristo, por su misterio pascual, y se vive en la Iglesia, a través del sacramento de la Penitencia. Toda reconciliación pasa por Cristo. En efecto, “al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a Él, recibamos la justificación de Dios” (2 Cor 5, 21). Sólo Cristo puede transformar la situación de pecado en situación de gracia. ¡Este es el tiempo favorable!: Esta es la exclamación de San Pablo. Un momento favorable ofrecido también a nosotros, que hoy, miércoles de ceniza, emprendemos con espíritu penitente el austero camino cuaresmal.
En el centro de atención de esta celebración hay un gesto existencial y simbólico, ilustrado oportunamente por las palabras que lo acompañan. Es la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas, cuyo significado, que evoca con fuerza la condición humana, queda destacado en la primera fórmula del rito: “Acuérdate de que eres polvo2 y al polvo volverás” (cfr. Gn 3, 19): estas palabras tomadas del libro del Génesis recuerdan la caducidad de la existencia e invitan a considerar la vanidad de todo proyecto terreno, cuando el hombre no funda su esperanza en el Señor. La segunda fórmula que prevé el rito: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15) subraya la condición indispensable para avanzar por la senda de la vida cristiana. Se requiere un cambio interior real y la adhesión confiada a la Palabra de Cristo.
Nuestra Santa Madre la Iglesia nos propone tres caminos de purificación personal y comunitaria para la Cuaresma: la limosna, la oración y el ayuno. El texto del Evangelio (cfr. Mt 6, 1-6.16-18) nos inicia en un modo de conversión que va desde lo hondo de nosotros mismos hacia el exterior de nuestros comportamientos.
Bajo el nombre de ayuno, la Iglesia entiende la abstinencia o privación total o parcial de comida por motivos penitenciales. Supone un dominio de sí mismo para centrarse en lo esencial de la vida cristiana. Es recomendado a menudo en la Biblia y Jesús mismo, antes de empezar su vida pública, ayunó en el desierto (cfr. Mt 4, 2). La oración es el diálogo con Dios, que nos sale al encuentro con su Palabra, los sacramentos, especialmente la Penitencia y la Eucaristía, y los acontecimientos de la vida vistos a la luz de la fe. La limosna encierra todas las obras de misericordia y solidaridad hacia el prójimo. Los Santos Padres de la Iglesia la han recomendado como complemento necesario del ayuno y de la oración. La enseñanza de los libros sapienciales no es menos explícita: “El agua apaga el fuego ardiente, y la limosna perdona los pecados” (Eclo 3, 30).
Que María, Madre de Cristo y de la Iglesia, nos guíe en este itinerario cuaresmal, camino de auténtica conversión al amor de Cristo.
✠ Vicente Jiménez Zamora
Arzobispo de Zaragoza