La enfermedad de nuestra fe consiste en pensar que Dios no vuelve más

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15 de agosto de 2015.- El Arzobispo de Toledo y Primado de España, Mons. D. Braulio Rodríguez Plaza, presidió la Eucaristía en honor de la Patrona de Toledo, la Virgen del Sagrario. Concelebraron con D. Braulio, el Obispo auxiliar, Mons. D. Ángel Fernández Collado, el Obispo emérito de Segovia, Mons. D. Ángel Rubio Castro, el Pro-vicario General, D. Francisco César Magán, el Deán de la Catedral Primada, D. Juan Sánchez Rodríguez, los integrantes del Cabildo Primado, y otros sacerdotes.

Mons. Rodríguez Plaz inició su Homilía diciendo que: “en la época en que los artistas cristianos ilustraban los muros de las Iglesias, o los imagineros y pintores mostraban el conjunto de la fe en Jesucristo Salvador, descubrimos que todos estos iconos fueron concebidos como una suerte de catequesis que narraba, con imágenes comprensibles a cualquier inteligencia, la historia de la salvación. Pero una historia que no concluye con la muerte y resurrección de Cristo, sino con su segunda venida, la llamada Parusía, que es el cimiento firme de la esperanza cristiana y también su cima o culminación. Sí, hermanos, un Cristo en gloria y majestad que juzga a vivos y difuntos desde su trono, rodeado de jerarquías angélicas. ¡Qué poco moderno, verdad! No lo creo. A los pies de este Cristo los artistas cristianos pintan o esculpen la resurrección de la carne: hombres y mujeres que salen atolondradamente de su tumbas, convocados por el tañido de una trompeta, como quien despierta de un letargo; pero también están pintados los gozos de la Jerusalén celeste y el llanto y crujir de dientes de la condenación eterna”.

D. Braulio levantó el problema de que alguno pensaría:“el Arzobispo ha olvidado que hoy es la Virgen del Sagrario, Patrona de Toledo. No lo he olvidado en absoluto, pero hoy precisamente celebramos la Asunción de Ntra. Señora a los cielos. Es decir, el fin del peregrinaje en la hermosísima vida de la Virgen María. ¡Qué intuición del pueblo cristiano de siempre, que sería pecador, pero conocía cuál era el fin de su peregrinaje! María era, precisamente el ejemplo más grande para los hijos de la Iglesia de que su vida fue única, pura y hermosa, porque sabían que, entre las verdades que recitamos en los artículos del Credo de la Iglesia está el dogma de que Jesús vendrá por segunda vez”.

Continuó el Arzobispo de Toledo diciendo: “y este artículo de fe es tan medular para ella como la primera venida de Cristo o su Nacimiento. De hecho, fue Jesús quien predicó esta segunda venida (cfr. Lc 17, 20-37 y paralelos). Así lo repitieron san Pablo y san Pedro. Pero es sobre todo en la gran profecía de consolación que es el libro del Apocalipsis donde esta segunda venida forma el núcleo de la actuación de los cristianos, el contenido de fe que les consuela. Este último libro de la Biblia nos enseña que la segunda venida de Cristo será precedida de una gran tribulación y apostasía. Por ello mismo nosotros sabemos, pero no lo creemos (no parece moderno, no se lleva hoy), que el mundo no seguirá desenvolviéndose indefinidamente hasta el agotamiento de sus recursos, ni se acabará por azar o catástrofe natural, sino que lo hará por una intervención directa de su Creador y Salvador”.

“Eso lo sabían los cristianos antiguos, cualquier campesino o artesano -analfabetos a veces-. Hoy hasta católicos doctos y devotos titubearían acerca de las realidades últimas de nuestra fe, las postrimerías o “novísimos”. La enfermedad de nuestra fe consiste en pensar que Dios no vuelve más; o no pensar en que vuelve. El Apocalipsis de san Juan no puede ser confinado a la categoría de un libro exotérico cuya lectura nos asusta. La liturgia cristiana lo lee, tanto en el Rito romano como en el hispano-mozárabe sobre todo en Pascua, porque no se puede ocultar el proceso divino de la Historia”.

“Si lo ocultáramos, nos sumaríamos a la desesperación de nuestra época, aunque la sociedad actual parezca muy optimista y bullanguera, que promete al hombre y a la mujer el paraíso en la tierra por sus propias fuerzas, paraíso que no llega. O bien nos apuntaríamos a una cierta visión espiritualista y ñoña de las cosas últimas, según la cual todas las almas de los hombres que en el mundo han sido se fundirán en Dios, formando parte de su mismo ser. Nada de eso dice Cristo. Sí dice que habrá falsos profetas, persecuciones y quebrantos. Habla incluso del Anticristo, pero que su reinado será breve y Él lo derribará. Esto es lo que sabían bien los cristianos antiguos. ¿Los cristianos de hoy hemos dejado de creer en esa victoria final de Cristo? Dios no lo permita. Y se lo pediremos a la Virgen en su Asunción a los cielos, en su victoria que ella goza glorificada por la victoria de su Hijo”.

Volviendo al pasado Mons. Braulio Rodríguez recordó un 15 de agosto en Alemania: “La fiesta de la Asunción de la Virgen en alemán se dice “La marcha al cielo de María” (Mariähimmel-fahrt). Bonita manera de llamarla. La Asunción de la Santísima Virgen María se sitúa, pues, en nuestro horizonte como una parábola donde se ve realizado el designio de Dios sobre el hombre. El oriente cristiano presenta la fiesta como la “Dormición de María”. Alrededor de la Madre de Dios muerta encontramos a los Apóstoles y a los Santos Padres, algunos marcados por el dolor, porque toda muerte es percibida como separación, como amor lacerado; otros, en cambio, se recogen en contemplación, porque ya ven el cumplimiento de la vida de María en el amor de Dios. Ella, que dio el cuerpo al Verbo de Dios, es acogida ahora en brazos del Hijo para la vida eterna”.

Concluyó Don Braulio enseñando que: “en la misma medida en que el cielo exulta de gozo por la Asunción de María, ¿no sería razonable que nuestro mundo de aquí abajo llorase su ausencia?, se preguntaba san Bernardo (Sermón 1º sobre la Asunción). No nos lamentamos, porque no tenemos aquí abajo la ciudad permanente, sino que buscamos aquella a donde la Virgen María ha llegado hoy. Si estamos ya inscritos en el número de habitantes de esta ciudad, es conveniente también que compartamos su gozo, y participemos de la misma alegría que goza hoy la ciudad de Dios. Viajeros todavía en la tierra, hemos enviado delante a nuestra Abogada, Madre de misericordia. Ruega por nosotros a Dios”.

Es una crónica de José Alberto Rugeles Martínez

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