Mirada de cariño
Domingo 11 de octubre de 2015
Las madres suelen ser las mejores educadoras. No es fácil para un niño salir bien adelante si le falta la mirada de la madre. Sin duda, también esa ausencia se podrá compensar de algún modo con otras presencias y con no poco esfuerzo. Pero no será lo mismo. ¿Por qué?
De pequeños somos especialmente imanes de cariño. La búsqueda de reconocimiento y de confianza se halla en la raíz del alma de todo ser humano. La madre es la primera e indiscutida fuente de la que mana el agua que viene a saciar esa sed congénita que atormenta y deleita al mismo tiempo. De ahí, su inmenso poder como educadora radical.
La madre, como nadie, puede sacar lo mejor de sus hijos, porque en su mano está satisfacer la vital demanda de confianza con la que vienen al mundo. Dándoles confianza, puede a la vez ofrecerles orientación. De ella recibirán casi sin querer las pautas del bien y del mal, la capacidad de distinguir entre lo que les conviene y lo que les perjudica.
Pero también las madres son personas sedientas de confianza, que han sido niñas, que tienen sus faltas y que se hacen mayores. También ellas tienen que beber el agua de la comprensión y del perdón en otra fuente. Ni siquiera ellas son capaces de satisfacer plenamente la demanda de confianza que se esconde en el corazón humano.
La madre es un magnífico icono de Dios: ella es para el niño el rostro del reconocimiento incondicional que necesita. Pero ella no es Dios. Solo Dios puede ser la fuente pura de confianza sin límites que el alma anda buscando. El Padre de la misericordia es, a la postre, el gran educador del hombre.
El Evangelio nos cuenta que Jesús se quedó mirando con cariño a aquel hombre rico que le preguntaba por el camino de la Vida. San Mateo precisa que era un joven. Lucas dice que era un dignatario. En todo caso, una persona muy rica y también muy honrada. No había matado ni cometido adulterio, ni robado, ni difamado, ni estafado, ni tratado mal a sus padres. Pero sabía que le faltaba todavía algo, no estaba satisfecho con su vida. Por eso pregunta.
Jesús le responde primero con una mirada de cariño. Él, que es el rostro visible de la misericordia del Padre, se conmovía ante los necesitados de fe y de perdón. También se conmueve ante este joven cumplidor y bueno. Precisamente porque le veía incapaz de comprender lo que encerraban su mirada y su palabra divinas. Aquel joven estaba más pendiente de lo que él tenía todavía que hacer, que de lo que debía dejar para abrir del todo su alma a la confianza y al amor de Dios.
Los ricos suelen fijarse más en el valor de los actos propios que en la riqueza de los dones ajenos. Por eso, cuando somos ricos, poniendo nuestra confianza en los bienes materiales o espirituales de este mundo, nos cerramos el camino hacia Dios. De Él lo hemos recibido todo como don. Él mismo quiere dársenos como el agua que sacia la sed del alma y que nos hace libres para amar. Todo eso está en la mirada de cariño de Jesús, nuestro gran pedagogo.
✠ Juan Antonio Martínez Camino, S.J.
Obispo auxiliar de Madrid
Para profundizar con el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC), según las indicaciones del Directorio homilético:
CEC 101-104: Cristo, Palabra única de la Sagrada Escritura
CEC 131-133: la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia
CEC 2653-2654: las Escrituras fuente para la oración
CEC 1723, 2536, 2444-2447: el amor a los pobres