Discurso del Santo Padre Francisco a los miembros del Sínodo de la Iglesia Caldea

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Lunes 26 de octubre de 2015

Beatitud,
Queridos hermanos en el episcopado:

Os acojo con alegría y agradezco a Su Beatitud el Patriarca Raphaël I Louis Sako por sus amables palabras. Aprovecho la ocasión para llegar, a través de vosotros, a los fieles y a todos los habitantes de Iraq y Siria, en un periodo particularmente doloroso y delicado, con el consuelo y la solidaridad cristiana. Que la misericordia de Dios, en el inminente Año Jubilar, sane las heridas de una guerra que asola el corazón de vuestra comunidad, que nadie se desanime en este momento, en el que el clamor de la violencia parece superar las oraciones fervientes por la paz.

Hoy, la situación en vuestra tierra de origen está muy comprometida por el odio fanático del terrorismo que sigue causando una fuerte hemorragia de fieles que se alejan de la tierra de sus antepasados, donde crecieron profundamente arraigados en el surco de tradición. Este estado de cosas ciertamente está socavando la presencia cristiana vital en la tierra que fue testigo del comienzo del camino del patriarca Abraham, donde resonaron las palabras de los profetas que llamaban a Israel a la esperanza durante el exilio, donde se fundaron las primeras iglesias bañadas en la sangre de tantos mártires , donde se dio testimonio de la plenitud del Evangelio y crecieron, con su contribución, las sociedades durante siglos de coexistencia pacífica con nuestros hermanos seguidores del Islam. En cambio, por desgracia, nuestros tiempos están marcados por innumerables ejemplos de persecución, incluso hasta el martirio.

La Iglesia caldea, que sufre por este estado de cosas causado por la guerra -continuó-también conoce las necesidades de los fieles en la diáspora, que sienten el deseo de permanecer firmes en sus raíces y de insertarse en los nuevos contextos. Por tanto, confirmo, hoy más que nunca, todo el apoyo y la solidaridad de la Sede Apostólica en favor del bien común de toda la Iglesia caldea. Rezo para que los cristianos no se vean obligados a abandonar Iraq y el Medio Oriente. Pienso especialmente en los hijos e hijas de vuestra Iglesia, con su rica tradición.

Os insto a trabajar incansablemente como constructores de unidad en todas las provincias de Iraq, favoreciendo el diálogo y la colaboración entre todos los que participan en la vida pública, contribuyendo a curar las divisiones existentes e impidiendo que surjan otras.

Vuestra visita me permite renovar un urgente llamamiento a la comunidad internacional para que adopte todas las estrategias válidas encaminadas a instaurar la paz en los países terriblemente devastados por el odio, para volver a llevar el hálito vital del amor a lugares que desde siempre han sido encrucijada de pueblos, culturas y naciones. ¡Qué la paz tan deseada surja en el horizonte de la historia, para que los luctuosos dramas inflingidos por la violencia cedan paso a un clima de convivencia mutua!

El Sínodo, que estos días se está celebrando in Urbe; es un «caminar juntos», un momento propicio de confrontación entre las diferencias que enriquecen la comunión fraterna entre vosotros, bajo la mirada de Cristo Buen Pastor. Como he podido decir conmemorando los cincuenta años del Sínodo de los Obispos, «caminar juntos es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica […] Nunca lo olvidemos. Para los discípulos de Jesús, ayer, hoy y siempre, la única autoridad es la autoridad del servicio, el único poder es el poder de la cruz, según las palabras del Maestro: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo» (Mt 20,25-27). No será así entre vosotros: en esta expresión alcanzamos el corazón mismo del misterio de la Iglesia —»No será así entre vosotros»— y recibimos la luz necesaria para comprender el servicio jerárquico» (Discurso en el 50 aniversario del Sínodo de los Obispos, 17 octubre 2015).

Os invito, por tanto, a seguir la exhortación del apóstol Pablo ha tener entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo (cfr. Fil 2,5), actuando con misericordia, humildad, paciencia y acogida recíproca que genera comunión.

El Sínodo se vive con sentido de responsabilidad, participación y servicio, teniendo siempre la imagen del Buen Pastor, que se preocupa por la salvación de su rebaño y, en particular, de la oveja descarriada. Sed vosotros también así: celosos en la búsqueda de la salus animarum, tanto de los sacerdotes como de los laicos, sabiendo que el ejercicio de la comunión real a veces requiere una propia kénosis, un abajamiento y una entrega de sí.

ad essere accoglienti verso di loro, benevoli e comprensivi verso le loro necessità, avviando percorsi perché siano sempre più consapevoli delle esigenze del loro ministero al servizio dei fedeli.

Os animo a ser paternales con los sacerdotes y con todas las personas consagradas, que son vuestros primeros colaboradores, y, en el respeto a la tradición y las normas, a se acogedores con ellos, buenos y comprensivos hacia sus necesidades, iniciando recorridos para que sean cada vez más conscientes de las exigencias de su ministerio al servicio de los fieles. Haciendo así podréis cerrar las brechas que separan y discernir las respuestas a las necesidades urgentes de la Iglesia caldea, tanto en la madre patria como en la diáspora. De esta manera, las reflexiones que surjan proporcionarán soluciones provechosas a vuestras necesidades y puntos de convergencia para la resolución de problemáticas litúrgicas y de orden general.

Exhorto a continuar vuestro trabajo pastoral con la comunión fraterna y espíritu misionero, a todos vosotros, Pastores Caldeos, encomiendo mis palabras de aliento a los fieles: resuenan en vuestros labios como mi caricia que calienta vuestros corazones.

Encomiendo la Iglesia Caldea a la protección maternal de la Virgen María e imparto sobre vosotros, sobre los sacerdotes, sobre los religiosos y religiosas y sobre todos los fieles la Bendición Apostólica, prenda de esperanza y de consuelo en el amor de Dios Misericordioso.


Traducción de Iglesiaactualidad a partir del texto en italiano del Boletín de la Sala de Prensa de la Santa Sede, N. 0820.

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