Campo de deportes de la St Mary’s School, Nairobi
Jueves 26 de noviembre de 2015
V/. Tumisufu Yesu Kristu! (¡Alabado sea Jesucristo!)
R/. [Milele na Milele. Amina] (Ahora y siempre. Amén)
Cuando se ha leído la carta de san Pablo, me ha llamado la atención esto:: «Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros esta buena obra, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús» (Flp 1,6).
Y Él comenzó su obra el día que nos miró en el bautismo y el día que nos miró después cuando nos dijo: «si tenéis ganas, venid conmigo». Y bueno, ahí nos metimos en fila y empezamos el camino, pero el camino lo empezó Él, no nosotros. En el Evangelio leemos de una persona curada que quiso seguir el camino y Jesús le dijo: “No”. En el seguimiento de Jesucristo, sea en el sacerdocio, sea en la vida consagrada, se entra por la puerta, la puerta es Cristo, Él llama, Él empieza, Él va haciendo el trabajo. Hay algunos que quieren entrar por la ventana. No sirve eso. Por favor, si alguno ve que un compañero o una compañera entró por la ventana, abrácelo y explíquele que mejor que se vaya y que sirva a Dios en otro lado, porque nunca va a llevar a término una obra que empezó Jesús por la puerta.
Y esto nos tiene que llevar a una conciencia de elegidos: yo fui mirado, yo fui elegido. Me impresiona el comienzo del capítulo 16 de Ezequiel: “Eras hijo de extranjeros, estabas recién nacido y tirado. Yo pasé, te limpié y te llevé conmigo”. Ese es el camino, esa es la obra que el Señor comenzó cuando os miró.
Hay algunos que no saben para qué Dios los llama, pero sienten que Dios los llamó. Id tranquilos, Él os hará comprender para qué os llamó. Hay otros que quieren seguir al Señor con interés, por interés. Acordémonos de la madre de Santiago y Juan: “Señor te quiero pedir que cuándo partas la torta le des la parte más grande a mis dos hijos, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Da la tentación de seguir a Jesús por ambición: ambición de dinero, ambición de poder. Todos podemos decir: “Cuando yo empecé a seguir a Jesús ni se me ocurrió eso”. Pero a otro se le ocurrió, y poco a poco te lo sembró en el corazón como una cizaña.
En la vida del seguimiento de Jesús no hay lugar ni para la propia ambición, ni para las riquezas, ni para ser una persona importante en el mundo. A Jesús se le sigue hasta el último paso de su vida terrena, la cruz. Después, Él se encarga de resucitarte, pero hasta ahí, andas tú. Y ésto se lo digo en serio, porque la Iglesia no es una empresa, no es una ONG, la Iglesia es un misterio, es el misterio de la mirada de Jesús sobre cada uno, que le dice: “Ven”.
Queda claro, el que llama es Jesús. Se entra por la puerta, no por la ventana, y se sigue el camino de Jesús.
Evidentemente, Jesús cuando nos elige no nos canoniza, seguimos siendo los mismos pecadores. Yo os pediría, por favor, si hay aquí algún sacerdote o alguna religiosa, o algún religioso que no se sienta pecador, que levante la mano. Todos somos pecadores, yo el primero, después ustedes, pero nos lleva adelante la ternura y el amor de Jesús.
«El que ha inaugurado entre vosotros esta buena obra, la llevará adelante»: eso nos lleva adelante, aquello que empezó el amor de Jesús. ¿Os acordáis en el Evangelio cuándo lloró el Apóstol Santiago? ¿Se acuerda alguno, o no? No. ¿Y cuándo lloró el Apóstol Juan? No. ¿Y cuándo lloró algún otro Apóstol? Uno solo nos dice el Evangelio que lloró, el que se dio cuenta que era pecador, tan pecador era que había traicionado a su Señor, y cuando se dio cuenta de eso, lloró. Después Jesús lo hizo Papa. ¿Quién entiende a Jesús? ¡Un misterio!
Nunca dejéis de llorar. Cuando a un sacerdote, a un religioso o religiosa se le secan las lágrimas algo no funciona. Llorad por la propia infidelidad, llorad por el dolor del mundo, llorad por la gente que está descartada, por los viejitos abandonados, por los niños asesinados, por las cosas que no entendemos, llorad cuando nos preguntan: ¿Por qué? Ninguno de nosotros tiene todas las respuestas a los “¿por qué?”.
Hay un autor ruso que se preguntaba porqué sufren los niños, y cada vez que yo saludo un niño con cáncer, con tumor, con una enfermedad rara- como se llaman ahora- pregunto: ¿por qué sufre este niño? Y yo no tengo respuesta, solamente miro a Jesús en la cruz. Hay situaciones en la vida que solamente nos llevan a llorar mirando a Jesús en la cruz y esa es la única respuesta para ciertas injusticias, para ciertos dolores, para ciertas situaciones de la vida.
San Pablo decía a sus discípulos: “Acuérdate de Jesucristo, acuérdate de Jesucristo crucificado”. Cuando un consagrado o una consagrada, un sacerdote se olvida de Cristo Crucificado, ¡pobrecito!, cayó en un pecado muy feo, un pecado que le da asco a Dios, que lo hace vomitar a Dios, el pecado de la tibieza. Queridos sacerdotes, hermanas y hermanos cuidad de no caer en el pecado de la tibieza.
Y bueno, y ¿qué otra cosa os puedo decir que os pueda dar mensaje de mi corazón? Que nunca os alejéis de Jesús. Esto quiere decir que nunca dejéis de orar: “Padre, pero a veces es tan aburrido orar, uno se cansa, se duerme”. ¡Duérmete delante del Señor! Es una manera de rezar, pero quédate ahí, delante del Señor, reza, no dejes la oración.
Si un consagrado deja la oración, el alma se seca como esos higos ya secos, son feos, tienen una apariencia fea. El alma de una religiosa, de un religioso, de un sacerdote que no reza, es un alma fea. Perdón, pero es así.
Os dejo esta pregunta: ¿Yo le quito tiempo al sueño, le quito tiempo a la radio, a la televisión, a las revistas, para rezar? O, ¿prefiero lo otro? Ponerse delante de Aquel que empezó la obra y que la está terminando en cada uno de vosotros… La oración.
Y una última cosa que os quisiera decir, es que todo el que se dejó elegir por Jesús es para servir, para servir al pueblo de Dios, para servir a los más pobres, los más descartados, los más humildes, para servir a los niños y a los ancianos, para servir también a la gente que no es consciente de la soberbia y del pecado que lleva dentro, para servir a Jesús. Dejarse elegir por Jesús es dejarse elegir para servir no para hacerse servir.
Hace un año, más o menos, hubo un encuentro de sacerdotes –en esta ocasión las monjas se salvaron-; y durante esos ejercicios espirituales, cada día había un turno de sacerdotes que tenían que servir a la mesa, algunos de ellos se quejaron: “¡No! Nosotros tenemos que ser servidos, nosotros pagamos, podemos pagar para que nos sirvan”. Por favor, ¡nunca eso en la Iglesia! Servir, no servirse de.
Esto es lo que les quería decir, que sentí todo de golpe cuando escuche esta frase de San Pablo, confiado en que Aquel que empezó la buena obra en vosotros la continuará y la completará hasta el día de Jesucristo.
Me decía un cardenal, mayor, un año más que yo, que cuando él va al cementerio donde ve misioneros, misioneras, sacerdotes, religiosos, religiosas que han dado su vida, él se pregunta: ¿Y por qué estos no los canonizan mañana porque pasaron su vida sirviendo? Y a mí me emociona cuando saludo después de una Misa a un sacerdote, una religiosa que me dice: “Hace 30, 40 años que estoy en este hospital de niños autistas, o que estoy en las misiones del Amazonas o que estoy en tal lugar o en tal otro”. Me toca el alma. Esta mujer o este hombre entendió que seguir a Jesús es servir a los demás y no servirse de los demás.
Os agradezco mucho: “¿Pero qué Papa maleducado que es éste no? Nos dio consejos, nos dio palos y no nos dice gracias” Yo os quiero decir, lo último que os quiero decir, la frutilla de la torta, quiero daros gracias a vosotros. Gracias por animaros en seguir a Jesús. Gracias por cada vez que os sentís pecadores. Gracias por cada caricia de ternura que dais a quien lo necesita. Gracias por todas las veces que ayudáis a morir en paz a tanta gente. Gracias por quemar la vida en la esperanza. Gracias por dejaros ayudar y corregir y perdonar todos los días.
Y os pido, al darles gracias, que no os olvidéis de rezar por mí, porque yo lo necesito.
Muchas gracias.
(Texto adaptado por Iglesiaactualidad)