Lectio divina para el Lunes de la I semana de Adviento (30.11.2015)

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I LUNES DE ADVIENTO
(Is 2, 1-5; Sal 121; Mt 8, 5-11)

DE LA MANO DE LA PALABRA DE DIOS

Es bueno interpretar las palabras de la Biblia de acuerdo con la misma Biblia, e interpretar los textos en el contexto. Hoy encontramos diversos términos que se repiten en distintos pasajes. El profeta habla del “monte de la casa del Señor”, el salmista entona el cántico de los peregrinos: “Vamos a la casa del Señor”. En contraposición, el Evangelio habla de la casa del centurión.

En los texto se repite el verbo caminar, ir, marchar, actitud de ponerse en camino, de ascender hacia la montaña santa, de peregrinar como el pueblo de Israel, hacia el santuario.

Si unimos la acción del verbo, que es la de ponerse en camino, y la meta hacia la que dirigir los pies, nos encontramos con la invitación explícita a iniciar la peregrinación, que este año se nos invita a realizar de manera especial como itinerario de misericordia.

Avanzar, subir, entrar en el lugar santo, atravesar la puerta del perdón, es una acción que se nos recomienda, pero nos surge el estremecimiento cuando es el Señor quien decide venir a nuestra casa, entrar en nuestro propio santuario, para ofrecernos la gracia curativa de la misericordia, como deseaba hacer con el centurión romano.

Para Jesús no hay barreras ideológicas o políticas; Él atiende a un soldado extranjero, a un criado del rey, a un leproso samaritano, a una viuda cananea, a un mendigo… Nadie de nosotros podrá decir que estamos fuera de la invitación.

Si el monte, que es la altura hermosa, el lugar del santuario, se nos ofrece lejano, costoso, superior a nuestras fuerzas, el Señor nos convierte a nosotros mismos en el lugar del encuentro, y la ascensión al monte del Señor se traduce entonces como el viaje a nuestro propio interior, donde Él nos habita, y nos espera para ofrecernos el abrazo de la reconciliación y el saludo de paz.

Estamos necesitados de adentrarnos en la casa de Dios, no solo en los lugares señalados en las distintas diócesis como espacios de misericordia, sino de abrirnos camino, a través del silencio, por las espesuras íntimas, hasta que suceda el encuentro amigo con Dios, y nos brote la necesidad generosa de acudir a los más pobres, verdaderos sacramentos de Cristo.

Iniciemos la peregrinación, que puede ser exterior, hacia una meta sagrada, pero sobre todo, puede ser el adentramiento en nuestro corazón para convivir con la paz y gustar la experiencia de sabernos habitados por Dios y movidos hacia los demás.

Ángel Moreno, de Buenafuente del Sistal

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