Reflexión para la Solemnidad de la Natividad del Señor 2015

Viernes 25 de diciembre de 2015

570ea-brauliorodriguez03Vivimos de nuevo el gran regalo de la aparición gloriosa del Hijo de Dios hecho carne. Pero de nada nos serviría afirmar que nuestro Señor, el Hijo de la Virgen María, es hombre verdadero y perfecto si no creyéramos además que es hombre perteneciente a aquel linaje mencionado en el Evangelio, cuando san Mateo dice: Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham, siguiendo el orden de su generación humana hasta llegar a José, con quien estaba deposada la Madre del Señor.

Ciertamente que el Hijo de Dios, porque es omnipotente, hubiera podido manifestarse de otro modo, para instruir y justificar a los hombres. Sabemos que se había manifestado a los patriarcas y profetas de Israel bajo diversas apariencias humanas, como, por ejemplo, cuando entabló una lucha con Jacob o mantuvo una conversación con Abraham, o cuando no rechazó la hospitalidad que le ofrecían y tomó el alimento que le presentaban. Todas estas figuras eran profecía y anuncio misterioso del que debía asumir, de la descendencia de esos mismos patriarcas, una verdadera naturaleza humana.

Pero todas estas figuras no podían realizar aquel misterio de nuestra reconciliación prefijado antes de los tiempos, porque todavía el Espíritu Santo no había descendido sobre la Virgen ni el poder del Altísimo la había cubierto aún con su sombra; solamente cuando la Sabiduría eterna, edificándose una casa en el seno purísimo de la Virgen, se hizo hombre pudo tener cumplimiento esta admirable designio; y, uniéndose la naturaleza humana a la divina en una sola persona, el Creador del tiempo nació en el tiempo. Y, con asombro, constatamos que aquel por el fueron hechas todas las cosas empezó a contarse entre la creaturas.

Ahora vemos que si este hombre nuevo, Jesús, sometido a una existencia semejante a la de la carne de pecado, no hubiera llevado sobre sí mismo nuestros pecados, si es que es Omousion con el Padre, esto es, de la misma naturaleza del Padre, no se hubiera dignado ser de la misma naturaleza de su madre y si libre de todo pecado no hubiera unido a sí nuestra naturaleza, la cautividad humana continuaría sujeta al yugo del demonio; y tampoco podríamos gloriarnos de la victoria del Vencedor si ésta hubiera sido obtenida en una naturaleza distinta a la nuestra.

Nuestro Salvador ha nacido hoy; alegrémonos, pues no puede haber lugar para la tristeza, cuando nace el que viene a destruir el temor de la muerte y a darnos la esperanza de una eternidad dichosa. En palabras de san León Magno, “que nadie se considere excluido de esta alegría, pues el motivo de este gozo es común para todos (…) Alégrese, pues el justo, porque se acerca a la recompensa; regocíjese el pecador, porque se le brinda el perdón; anímese el pagano, porque es llamado a la vida” (Sermón I en la Natividad del Señor, 1-3, PL 54, 190-193).

Esta es, hermanos, mi exhortación en el día de Navidad: somos en Cristo, si queremos vivirlo, nuevas criaturas. “Reconoce, oh cristiano, tu dignidad y, ya que ahora participas de la misma naturaleza divina, no vuelvas a la antigua vileza con una vida depravada” (San León Magno). Por el sacramento del bautismo, somos personas en la que habita, como en un templo, el Espíritu Santo: ¿cómo entregarnos a una vida sin Dios, esclavos del demonio y de nuestras pulsiones, cuando el Hijo de Dios ha nacido para comprarnos con su sangre? “Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret en la que Jesús aprendió! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!” (Pablo VI, Alocución en Nazaret, 5.01.1964).

Aprendamos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres, que es Navidad. Esta manifestación no se ha acabado y mantiene toda su actualidad. Para todos una Feliz Navidad.

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Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo
Primado de España

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