Homilía de Mons. D. Julián Barrio Barrio en la Ordenación episcopal de D. Luis Ángel de las Heras Berzal

barrio07052016

Mons. D. Julián BARRIO BARRIO
Arzobispo de Santiago de Compostela

S.I. Catedral Basílica de la Virgen de la Asunción, Mondoñedo
Sábado 7 de mayo de 2016

“Dad gracias al Señor porque es eterna su misericordia”. Damos gracias al Señor al ser elegido el P. Luís Ángel para ser sucesor de los Apóstoles en esta Diócesis de Mondoñedo-Ferrol, agradeciendo el generoso servicio que ha hecho a la Iglesia a través del carisma claretiano, y que realizará a partir de ahora por medio del ministerio episcopal, conferido mediante la oración y la imposición de las manos. Mi cordial felicitación para ti, querido hermano, para tu familia, y para toda la Congregación de Misioneros Claretianos. Comparto el gozo y la esperanza de esta querida Iglesia particular que peregrina bajo el patrocinio de san Rosendo. Saludo con afecto a los Sres. Cardenales, al Sr. Nuncio, a los Sres. Arzobispos y Obispos al Sr. Administrador Diocesano, a los miembros del Cabildo, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y fieles diocesanos, a las autoridades, a los amigos y conocidos del P. Luís Ángel, a los radioyentes y televidentes.

Cristo, Buen Pastor

El texto de la profecía de Ezequiel nos ayuda a intuir que Cristo es la expresión comprensible para nosotros del amor inconcebible que el Dios eterno experimenta desde siempre por sus criaturas: “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones”. Era el anuncio profético de Cristo, el Buen Pastor para todas las ovejas: sanas y enfermas, dóciles y rebeldes, nutridas y desnutridas. Él conoce, ama con ternura y misericordia, alimenta diariamente con los sacramentos y defiende con el cayado de la Iglesia para que el lobo no las arrebate de su aprisco. Sabe que esas ovejas se las puso Dios Padre en sus manos y que Él antes que Pastor fue Cordero que se sacrificó para purificarlas y santificarlas a todas.

Caridad y testimonio

Testimoniar a Cristo requiere una experiencia profunda de su amor en nuestra vida. Nadie da testimonio de alguien a quien no ama, de quien no está convencido. El amor puede pasar por momentos de descalabro, como aconteció a Pedro en la Pasión del Señor, negándole tres veces por debilidad y por confiar en sí mismo. Pero Cristo resucitado sanó su corazón, le dio nuevo ardor y renovó por tres veces ese amor que había decaído, confirmándole en el Primado de la caridad. Sólo si se preside en la caridad, se podrá testimoniar a Cristo resucitado. Así lo estamos viendo en el compromiso del Papa Francisco por acercarse a todos, por ganarse a todos para Cristo. Será el amor el mejor y más convincente testimonio: amor que es bondad, mansedumbre, paciencia, comprensión. Antes de recibir responsabilidad sobre otros, Pedro es interrogado sobre el amor más allá de su cultura, capacidad, estrategia y conocimiento. El obispo debe ser ante todo testigo del Resucitado. No un testigo aislado sino junto con la Iglesia.

El sentido de los gestos sencillos

No siempre será fácil dar testimonio del Señor. Encontramos resistencias, vemos que la semilla se malogra en tantos corazones desanimados, experimentamos que nuestro esfuerzo es estéril, y a veces sacamos las redes vacías. Redes vacías de virtud, tal vez llenas incluso de ambiciones, de críticas y de desánimos. Es en estos momentos cuando el Señor nos dice: “Echad las redes a la derecha de la barca y encontraréis” y ¡“traed de los peces que acabáis de coger”!, descubriendo el sentido de los gestos sencillos hechos con Cristo para ser testigos creíbles y pescadores de hombres. La fuerza de la fe hace que Pedro se lance al mar. Los otros discípulos llegarán con la barca, arrastrando la red llena de peces. Esta diversidad de actitudes nos indica que en la Iglesia hay tareas distintas y que lo importante es dejarse mandar por el Señor, obedecerle y ponerlo en el centro de todo. El armoniza la misión y el ministerio, sabiendo que “cuando soy débil, entonces soy fuerte”, dice Pablo.

El ministerio episcopal, don de Dios

El ministerio episcopal es un don de Dios. “En el obispo, a cuyo lado están los presbíteros, se hace presente en medio de los creyentes nuestro Señor Jesucristo, Sumo sacerdote” (LG 21). Su misión no debe entenderse con la mentalidad de la eficiencia y de la eficacia, que pone la atención ante todo en lo que hay que hacer, sino con la referencia a la realidad sacramental. “Esto exige en el obispo una actitud de servicio caracterizada por la fuerza de ánimo, el espíritu apostólico y un confiado abandono a la acción interior del Espíritu” (Pastores gregis, 11). La herencia del obispo es la santidad.

Misionero de la misericordia

Vigorizar la vida espiritual de sus diocesanos ha de ser la preocupación del obispo, misionero de la misericordia, asumiendo los sufrimientos apostólicos por el anuncio y la difusión del Evangelio, cuidando paternalmente a quienes le han sido confiados y que han de encontrar lugar en su corazón, y apoyándose siempre en la Palabra y en la gracia, siendo capaz de entrar con paciencia ante Dios. Ante las dificultades, escuchamos del Señor: “Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”. Teniendo como referente el ejemplo de los santos pastores, ha de transmitir la fe “no con palabras sabias para no desvirtuar la cruz de Cristo”, sino como una revelación divina y mensaje de salvación para unos, piedra de tropiezo y escándalo para otros. La verdad cristiana es atrayente y persuasiva porque responde a la necesidad profunda de la existencia humana.

O bispo, sembrador de esperanza

No medio das tensións culturais, sociais, relixiosas e espirituais que aflixen aos homes dos nosos días, o sucesor dos apóstolos, máis aló de todas as preocupacións e as dificultades inevitablemente asociadas co fiel traballo cotián na viña do Señor, debe alentar a esperanza daqueles que, ameazados polo pesimismo de soños que se desvanecen, e de cantos afectados polas múltiples formas de pobreza, contemplan á Igrexa como monte das Benaventuranzas, sabendo que a intelixencia da fe ha de converterse en intelixencia da realidade. A inquietude do bispo non é buscar poder, prestixio, estima para sí mesmo, senón conducir aos homes cara a Xesucristo, levándoos á verdade e á liberdade.

Queridos diocesanos de Mondoñedo-Ferrol, coas palabras de san Ignacio de Antioquía, exhórtovos a que poñades empeño en facelo todo na concordia de Deus, baixo a presidencia do bispo, que ten o lugar de Deus. Atendede ao bispo, co fin de que Deus vos atenda a vós. Querido irmán Luís Anxo, tódolos que che acompañamos nesta mañá, che desexamos un ministerio episcopal longo e cheo de froitos. Na comuñón co Papa recibe gozoso o don do ministerio episcopal. Nesta hora coa intercesión de Santa María, nosa nai, de San Rosendo, dos Apóstolos e de tódolos santos rezamos por ti para que poidas escoitar un día do Señor da historia as palabras: “Servo fiel e cumpridor, pasa a gozar da festa do teu Señor”. Vivamos a nosa existencia menos expostos ós medos, pois somos discípulos de quen venceu ao mundo. Amén.

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