Ignorar al pobre es despreciar a Dios

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18 de mayo de 2016.- La misericordia como responsabilidad con los pobres, explicada a través de la parábola del pobre Lázaro, tirado en el portal del hombre rico que se vestía de púrpura y lino y comía opíparamente sin dejar que el mendigo recogiera al menos las migajas, fue el tema de la catequesis del Santo Padre en la audiencia general de los miércoles en la Plaza de San Pedro.

“Las vidas de estas dos personas van en direcciones paralelas -dijo el Papa- no se encuentran nunca. La puerta del rico siempre está cerrada para el pobre que yace ahí fuera intentando comer algunas sobras de su mesa. El rico usa ropa de lujo, mientras Lázaro esta cubierto de llagas… y se muere de hambre…. Esta escena recuerda el duro reproche del Hijo del Hombre en el Juicio Final: «Tuve hambre y no me distéis de comer, tuve sed y no me distéis de beber, estaba […] desnudo y no me vestisteis». Lázaro representa el grito silencioso de los pobres de todos los tiempos y la contradicción de un mundo donde inmensas riquezas y recursos están en pocas manos”.

Jesús cuenta que un día ese hombre rico murió y entonces rogó a Abraham, llamándole “padre”. Reivindicaba así que era hijo suyo, que pertenecía al pueblo de Dios. Y sin embargo, cuando estaba vivo no había tenido para nada en consideración a Dios, solamente a sí mismo, convirtiéndose en el centro de todo, encerrado en su mundo de lujo y derroche. Excluyendo a Lázaro, no había tenido en cuenta ni al Señor ni su ley. “¡Ignorar al pobre es despreciar a Dios! -afirmó Francisco- Tenemos que aprenderlo muy bien: Ignorar al pobre es despreciar a Dios”,reiteró, explicando que en la parábola hay que advertir un detalle: el rico no tiene nombre, mientras el del pobre, Lázaro, que significa “Dios ayuda”, se repite cinco veces. “Lázaro que yace en el portal es un llamado viviente al rico para que se acuerde de Dios, pero no lo percibe. Por lo tanto será condenado, no por su riqueza, sino por su incapacidad de compadecerse de Lázaro y socorrerlo”.

En la segunda parte de la parábola, nos encontramos con Lázaro y el hombre rico después de su muerte. La situación se ha invertido: a Lázaro los ángeles lo llevan al cielo de Abraham, mientras el rico precipita en sus tormentos. Entonces mira hacia arriba y ve al mendigo en el seno de Abraham. Es como si lo viera por primera vez, pero sus palabras le traicionan. «Padre Abraham – dice – ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y me refresque la lengua, porque me abrasan estas llamas».

“Ahora el rico reconoce a Lázaro y pide ayuda, mientras que en vida fingía no verlo. ¡Cuántas veces, cuántas, tanta gente hace como si no viera a los pobres! Para ellos los pobres no existen -observó el Pontífice- Antes le negaba incluso las sobras de su mesa y ahora quiere que le lleve de beber. Todavía cree que puede reclamar derechos por su estado anterior. Pero Abraham, afirmando que es imposible satisfacer su petición, nos da la clave de toda la historia: explica que el bien y el mal han sido distribuidos para compensar la injusticia terrenal y la puerta que separaba a los ricos de los pobres en la vida, se ha convertido en «un gran abismo.» Mientras Lázaro estaba en su portal, el rico tenía una posibilidad de salvación: abrir de par en par la puerta, ayudar a Lázaro, pero ahora que ambos están muertos, la situación es irreparable. Dios no es llamado nunca directamente en causa pero la parábola advierte claramente: la misericordia de Dios hacia nosotros está vinculada con nuestra misericordia hacia el prójimo; cuando ésta falta, tampoco la otra encuentra espacio en nuestro corazón cerrado, no puede entrar. Si yo no abro la puerta de mi corazón al pobre, esa puerta permanece cerrada también para Dios y es terrible”.

Entonces el hombre rico piensa en sus hermanos, que pueden correr la misma suerte, y pide que Lázaro vuelva al mundo para advertirles. Pero Abraham responde: “Ya tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen”. “Para convertirnos no debemos esperar acontecimientos prodigiosos, sino abrir el corazón a la Palabra, que nos llama a amar a Dios y al prójimo -subrayó el Papa- La Palabra de Dios puede revivir un corazón endurecido y curarlo de su ceguera. El hombre rico conocía la Palabra de Dios, pero no la dejó entrar en su corazón, no la escuchó, por eso fue incapaz de abrir los ojos y compadecerse del pobre”.

“Ningún mensajero ni ningún mensaje reemplazarán a los pobres que nos encontremos en el camino, porque en ellos nos sale al encuentro Jesús mismo: «Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos, a mí lo hicisteis». Así, en el cambio de suerte que la parábola describe se esconde el misterio de nuestra salvación, en que Cristo une la pobreza a la misericordia. Al escuchar este Evangelio, todos nosotros, junto con los pobres de la tierra -terminó el Santo Padre- podemos cantar con María: «Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes; A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada”.

Después de la catequesis el Papa saludó “con afecto especial a los niños ucranianos, huérfanos y prófugos a causa del conflicto armado que continúa todavía en el este de ese país. Por intercesión de María Santísima -dijo- renuevo mi oración para que se llegue a una paz duradera, que alivie a la población sometida a pruebas tan duras y ofrezca un futuro sereno a las nuevas generaciones”.

“Hoy, día del nacimiento de san Juan Pablo II -añadió- saludo cordialmente a todos los polacos aquí presentes. Me uno espiritualmente al presidente de la República de Polonia, con los combatientes y los participantes en la santa misa en el cementerio polaco de Montecassino en recuerdo de los caídos, además de a los que se han reunido en Torún para la consagración del santuario de la Bienaventurada Virgen María Estrella de la Nueva Evangelización y de san Juan Pablo II. ¡Que estos acontecimientos tan importantes sean para vosotros una invitación a rezar por la paz, por la Iglesia en Polonia y por la prosperidad de vuestra patria!”.

En italiano el Papa dio la bienvenida a los sacerdotes de la Iglesia ortodoxa rusa, huéspedes del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, a los niños del departamento de oncología del hospital del Bambin Gesú y a los devotos de san Francisco de Paola, fundador de la Orden de los Mínimos y patrono de la región italiana de Calabria, de quien este año se celebra el sexto aniversario del nacimiento.

También saludó a los peregrinos de lengua francesa del seminario de Estrasburgo, a la delegación del santuario de Notre-Dame de La Salette y a la del Gran San Bernardo de Suiza. Entre los de habla portuguesa recordó a las Hermanas Franciscanas Hospitalarias de la Inmaculada Concepción y a los grupos parroquiales de Porto Nacional y de Póvoa de Varzim, deseándoles que la peregrinación a las tumbas de los santos apóstoles Pedro y Pablo reforzase en ellos “el sentir y el vivir en la Iglesia bajo la tierna mirada de la Virgen Madre”. Asimismo, saludó a los grupos parroquiales eslovacos, así como a los estudiantes y profesores de la Escuela Católica primaria de san Francisco de Asís en Vranov y entre los de habla alemana a los participantes en la peregrinación jubilar de la diócesis de Augsburg, a los monaguillos de la diócesis de Eichstatt, además de a los estudiantes y profesores de la Facultad Teológica de Paderborn.

(VIS)

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