16 de noviembre de 2016.- La Audiencia general de esta mañana se ha celebrado a las 10 horas en la Plaza de San Pedro donde el Santo Padre Francisco se ha encontrado con grupos de peregrinos y fieles provenientes de Italia y de todas las partes del mundo.
En el discurso en italiano el Papa, continuando las catequesis sobre la misericordia, ha centrado su meditación en el tema: “Sufrir con paciencia los defectos del prójimo” (cfr Lc 6, 41-42).
Tras haber resumido su catequesis en diversos idiomas, el Santo Padre ha dirigido diversos saludos a los grupos de fieles. Después ha dirigido un llamamiento con motivo de la Jornada Mundial de los derechos de la infancia y la adolescencia que se celebrará el próximo 20 de noviembre.
La audiencia general ha concluido con el canto del Pater Noster y la Bendición Apostólica.
Catequesis del Santo Padre
[texto original: italiano – traducción de Iglesiaactualidad]
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Dedicamos la catequesis de hoy a una obra de misericordia que todos conocemos muy bien, pero tal vez no practicamos como conviene: sufrir con paciencia los defectos del prójimo. A todos se nos da muy bien identificar una presencia molesta: sucede cuando encontramos a alguien por la calle, o cuando recibimos una llamada de teléfono… Enseguida pensamos: «¿Cuánto tiempo voy a tener que escuchar las quejas, los chismes, las peticiones o la jactancia de esta persona?». También ocurre, a veces, que nos molesten los que tenemos más cerca: entre los familiares siempre hay alguien; en el lugar de trabajo no faltan y ni siquiera durante el tiempo libre. «¿Qué debemos hacer con estas personas?» También nosotros podemos resultar molestos para los demás. ¿Por qué entre las obras de misericordia ha sido incluida también ésta? ¿Sufrir con paciencia los defectos del prójimo?
En la Biblia vemos que el mismo Dios debe servirse de la misericordia para soportar las quejas de su pueblo. Por ejemplo, en el libro de Éxodo el pueblo resulta realmente insoportable: primero llora porque es esclavo en Egipto, y Dios lo libra; a continuación, en el desierto, se queja de que no hay comida (cfr 16,3), y Dios envía codornices y maná (cfr 16,13-16), pero a pesar de ello las quejas no cesan. Moisés actuaba como mediador entre Dios y el pueblo y, a veces, quizás haya sido molesto para el Señor. Pero Dios tuvo paciencia y enseñó así a Moisés y al pueblo esta dimensión esencial de la fe.
Aquí surge una pregunta espontánea: ¿Hacemos alguna vez un examen de conciencia para ver si también nosotros resultamos molestos para los demás? Es fácil señalar con el dedo los defectos y los fallos, pero hay que aprender a ponerse en el lugar del otro.
Miremos sobre todo a Jesús: ¡cuánta paciencia tuvo que tener en los tres años de su vida pública! Una vez, mientras estaba de camino con sus discípulos, lo detuvo la madre de Santiago y Juan, y ella le dijo: «Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda» (Mt 20,21). La madre creaba las élites para sus hijos, pero era la mamá… Jesús aprovechó hasta una situación como esa para dar una enseñanza fundamental: el suyo no era un reino de poder ni de gloria como los terrenales, sino de servicio y entrega a los demás. Jesús enseña a apuntar siempre a lo esencial y a mirar más lejos para asumir con responsabilidad la misión propia. Podríamos ver aquí la evocación a otras dos obras de misericordia espiritual: aquella de corregir al que se equivoca y aquella otra de enseñar al que no sabe. Pensemos en el gran esfuerzo que supone ayudar a las personas a crecer en la fe y la vida. Pienso, por ejemplo, en los catequistas – entre los cuales hay tantas madres y tantas religiosas -que dan su tiempo para enseñar a los niños los fundamentos de la fe. ¡Cuánto esfuerzo, especialmente cuando los niños prefieren jugar en lugar de escuchar el catecismo!
Acompañar en la búsqueda de lo esencial es hermoso e importante, porque nos hace compartir la alegría de saborear el sentido de la vida. A menudo nos encontramos con personas que no van más allá de las cosas superficiales, efímeras y triviales; a veces porque no han conocido a alguien que les empuje a buscar otra cosa, a apreciar los verdaderos tesoros. Enseñar a mirar a lo esencial es una ayuda decisiva, sobre todo en una época como la nuestra que parece haber perdido el rumbo y persigue objetivos de cortos vuelos. Enseñar a descubrir lo que el Señor quiere de nosotros y cómo podemos responderle significa poner en el camino para crecer en la vocación propia, el camino de la verdadera alegría. Así, las palabras de Jesús a la madre de Santiago y Juan, y luego a todo el grupo de discípulos, indican el camino para evitar la envidia, la ambición, y la adulación, tentaciones que siempre están al acecho entre nosotros, los cristianos. La exigencia de aconsejar, amonestar y enseñar no debe hacernos sentir superiores a los demás. Al contrario, nos obliga a volver a nosotros mismos para ver si somos coherentes con lo que pedimos a los demás. No olvidemos las palabras de Jesús: «¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?» (Lc 6,41). Que el Espíritu Santo nos ayude a ser pacientes a la hora de soportar y humildes y sencillos a la hora de aconsejar.
Síntesis y saludo en española
Queridos hermanos y hermanas:
He dedicado la catequesis de hoy a la obra de misericordia que nos pide «sufrir con paciencia los defectos del prójimo». En la Biblia, Dios se muestra como un Dios paciente y misericordioso, que soporta los lamentos de su pueblo. También Jesús fue paciente durante los tres años de su vida pública. Pensemos en el episodio de la madre de Santiago y Juan, que pidió para sus hijos que se sentaran uno a la derecha y otro a la izquierda en el Reino de los Cielos. Jesús, en cambio, aprovechó esa situación para enseñarles y corregirles.
Esta obra de misericordia espiritual está relacionada con otras dos: «corregir al que se equivoca» y «enseñar al que no sabe». Supone un gran esfuerzo ayudar a otros para que crezcan en la fe y caminen en la vida.
La exigencia de aconsejar, amonestar y enseñar no nos ha de llevar a considerarnos mejores que los demás, sino, más bien, nos impulsa a entrar en nosotros mismos para verificar si somos coherentes con lo que pedimos a los demás.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Les animo a poner en práctica las obras de misericordia, corporales y espirituales, para que todos puedan experimentar la presencia y ternura de Dios en sus vidas.
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En el mes de noviembre la liturgia nos invita a rezar por los difuntos. No olvidemos a todos los que nos han querido y nos han precedido en la fe, como tampoco a aquellos de los que nadie se acuerda: el sufragio de la celebración eucarística es la mejor ayuda espiritual que podemos ofrecer a sus almas. Recordemos con un afecto particular a las víctimas del reciente terremoto en el centro de Italia: oremos por ellas y por sus familiares y sigamos siendo solidarios con todos los que han sufrido daños.