8 de diciembre de 2016.– A las 12 horas de esta mañana, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, el Santo Padre Francisco se ha asomado a la ventana del estudio del Palacio Apostólico para el rezo del Ángelus con los fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.
Estas son las palabras con las que el Papa ha introducido la oración mariana:
Antes del Ángelus
[texto original: italiano – traducción: Iglesiaactualidad]
Queridos hermanos y hermanas, buena fiesta.
Las lecturas de esta Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María presentan dos pasajes cruciales en la historia de las relaciones entre el hombre y Dios: podríamos decir que nos conducen al origen del bien y del mal. Estos dos pasajes nos conducen al origen del bien y del mal.
El Libro del Génesis muestra el primer no, el no de los orígenes, el no humano, cuando el hombre ha preferido mirarse a sí mismo antes que a su Creador, cuando ha querido actuar por su cuenta, ha elegido bastarse a sí mismo. Pero, actuando así, saliendo de la comunión con Dios, se ha perdido precisamente a sí mismo y ha comenzado a tener miedo, a esconderse y a acusar a quien estaba cerca (cfr. Gen 3, 10.12). Estos son los síntomas: el miedo, es siempre un síntoma del no a Dios, indica que estoy diciendo no a Dios; acusar a los demás y no mirarme a mí mismo indica que me estoy alejando de Dios. Esto hace el pecado. Pero el Señor no deja al hombre a merced de su mal; inmediatamente lo busca y le dirige una pregunta llena de preocupación: «¿Dónde estás?» (v. 9). Como si dijera: “Detente, piensa, ¿dónde estás?”. Es la pregunta de un padre o de una madre que busca al hijo perdido: “¿Dónde estás? ¿En qué situación te has metido?”. Y esto Dios lo hace con tanta paciencia, hasta colmar la distancia que se ha creado en los orígenes. Éste es uno de los pasajes.
El segundo pasaje crucial, que narra hoy el Evangelio, es cuando Dios viene a habitar entre nosotros, se hace hombre como nosotros. Y esto ha sido posible por medio de un gran sí –el del pecado era el no; éste es el sí, un gran sí–, el de María en el momento de la Anunciación. Por este sí Jesús ha comenzado su camino por las calles de la humanidad; lo ha comenzado en María, transcurriendo los primeros meses de su vida en el seno de la madre: no ha aparecido ya adulto y fuerte, sino que ha seguido todo el recorrido de un ser humano. Se ha hecho en todo igual a nosotros, excepto en una cosa, aquel no, excepto en el pecado. Para esto ha elegido a María, la única criatura sin pecado, inmaculada. En el Evangelio, con una sola palabra, ella es denominada «llena de gracia» (Lc 1, 28), es decir, colmada de gracia. Quiere decir que en ella, de inmediato llena de gracia, no hay espacio para el pecado. Y también nosotros, cuando nos dirigimos a ella, reconocemos esta belleza: la invocamos “llena de gracia”, sin sombra de mal.
María responde a la propuesta de Dios diciendo: «He aquí la esclava del Señor» (v. 38). No dice: “Pero, esta vez haré la voluntad de Dios, me vuelvo disponible, después veré…”. No. El suyo es un sí pleno, total, para toda la vida, sin condiciones. Y así como el no de los orígenes había cerrado el pasaje del hombre a Dios, del mismo modo el sí de María ha abierto el camino a Dios entre nosotros. Es el sí más importante de la historia, el sí humilde que derroca el no soberbio de los orígenes, el sí fiel que cura la desobediencia, el sí disponible que vuelca el egoísmo del pecado.
También para cada uno de nosotros hay una historia de salvación hecha de sí y de no a Dios. Pero a veces, somos expertos en los sí a medias: somos buenos para fingir que no hemos entendido bien lo que Dios querría y la conciencia nos sugiere. También somos astutos y para no decir un no verdadero y propio a Dios decimos: “Pero, discúlpame, no puedo”, “hoy no, pero mañana”; “mañana seré mejor, mañana rezaré, haré el bien, pero mañana”. Y esta astucia nos aleja del sí, nos aleja de Dios y nos lleva al no, al no del pecado, al no de la mediocridad. El famoso “sí, pero…”: “Sí, Señor, pero…”. Pero así cerramos la puerta al bien, y el mal se aprovecha de estos sí que faltaron. Cada uno de nosotros tiene una colección de ellos dentro. Pensemos, encontraremos tantos sí que faltan. En cambio cada sí pleno a Dios da origen a una historia nueva: decir sí a Dios es verdaderamente “original”, es origen, no el pecado, que nos hace viejos por dentro. ¿Habéis pensado esto, que el pecado nos envejece por dentro? ¡Nos envejece rápido! Cada sí a Dios origina historias de salvación para nosotros y para los demás. Como María con su propio sí.
En este camino de Adviento, Dios desea visitarnos y espera nuestro sí. Pensemos: Yo, hoy, ¿qué sí debo decir a Dios?. Pensemos, nos hará bien. Y encontraremos la voz del Señor dentro de Dios, que nos pide algo, un paso adelante. “Creo en Ti, espero en Ti, Te amo; que se haga en mí tu voluntad de bien”. Ésto es el sí. Con generosidad y confianza, como María, digamos hoy, cada uno de nosotros, este sí personal a Dios.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
Ayer un fuerte terremoto golpeó la Isla de Sumatra, en Indonesia. Deseo asegurarles mi oración, por las víctimas y por sus familiares, por los heridos y por todos los que han perdido su casa. El Señor dé fuerza a la población y apoye la obra de socorro.
Saludo con afecto a todos vosotros, peregrinos presentes hoy, especialmente a las familias y grupos parroquiales. Saludo a los fieles de Rocca di Papa con su procesión de velas natalicias, al grupo “Proyecto Rebeca” que se ocupa de niños necesitados, y a los fieles de Biella.
En esta fiesta de María Inmaculada la Acción Católica Italiana vive la renovación de la adhesión. Envío un pensamiento especial a todas las asociaciones diocesanas y parroquiales. La Virgen bendiga a la Acción Católica y la vuelva siempre más una escuela de santidad y de generoso servicio a la Iglesia y al mundo.
Hoy por la tarde estaré en Piazza di Spagna para renovar el tradicional acto de homenaje y oración a los pies del monumento de la Inmaculada. Después iré a Santa María la Mayor, a rezar a la Salus Populi Romani. Os pido que os unáis espiritualmente a mí en este gesto que expresa la devoción filial a nuestra Madre celeste.
A todos os deseo una buena fiesta y un buen camino de Adviento con la guía de la Virgen María. Y por favor no os olvidéis de rezar por mi.