Audiencia del Santo Padre a los participantes en un Curso de formación para párrocos sobre el nuevo proceso matrimonial

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25 de febrero de 2017.- A las 11.15 horas de esta mañana, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los participantes en el Curso de formación para párrocos sobre el nuevo proceso matrimonial, promovido por el Tribunal de la Rota Romana (Roma, Palacio de la Cancillería, 22-25 de febrero de 2017).

Ofrecemos a continuación el discurso que el Santo Padre ha pronunciado durante la audiencia:

Discurso del Santo Padre
[texto original: italiana – traducción: Iglesiaactualidad]

Queridos hermanos,

Estoy contento de encontrarme con vosotros al término del curso de formación para párrocos, promovido por la Rota Romana, sobre el nuevo proceso matrimonial. Agradezco al Decano y el Pro-Decano su empeño en favor de estos cursos formativos. Cuanto ha se ha discutido y propuesto en el Sínodo de los Obispos sobre el tema “Matrimonio y familia”, ha sido integrado en la Exhortación apostólica Amoris laetitia y traducido en normas jurídicas contenidas en dos documentos: el motu proprio Mitis iudex y el motu proprio Misericors Jesus. Es  bueno que vosotros, párrocos, a través de estas iniciativas de estudio, podáis profundizar esta materia, porque sois vosotros, sobre todo, los que la aplicáis concretamente en el contacto diario con las familias.

En la mayoría de los casos sois los primeros interlocutores de los jóvenes que quieren formar una nueva familia y casarse en el Sacramento del matrimonio. Y a vosotros también se dirigen aquellas parejas que, debido a serios problemas en su relación, se encuentran en crisis, necesitan reavivar la fe y redescubrir la gracia del Sacramento; y en algunos casos piden instrucciones para iniciar un proceso de nulidad. Ninguno mejor que vosotros conoce y está en contacto con la realidad del tejido social en el territorio y experimenta su variada complejidad: matrimonios celebrados en Cristo, uniones de hecho, uniones civiles, uniones fallidas, familias y jóvenes felices e infelices. De cada persona y cada situación estáis llamados a ser compañeros de viaje para testimoniar y sostener.

Que vuestra primera preocupación sea dar testimonio de la gracia del Sacramento del matrimonio y del bien primordial de la familia, célula vital de la Iglesia y la sociedad, mediante el anuncio de que el matrimonio entre un hombre y una mujer es un signo de la relación esponsal entre Cristo y la Iglesia. Ese testimonio lo ponéis en práctica cuando preparáis a  las parejas de novios para el matrimonio, haciéndolos conscientes de la profunda importancia del paso que están a punto de dar, y cuando acompañáis con solicitud a las  parejas jóvenes, ayudándolas a vivir en las luces y sombras, en los momentos de alegría y en los de la fatiga, la fuerza divina y la belleza de su matrimonio.  Y me pregunto, cuántos de estos jóvenes que vienen a los cursillos prematrimoniales entiendan lo que significa “matrimonio”, el signo de la unión de Cristo con la Iglesia. “Sí, sí” –dicen que sí- pero ¿lo entienden? ¿Tienen fe en ello? Estoy convencido de que sea necesario un verdadero neocatecumenado para el Sacramento del matrimonio y no una preparación con dos o tres reuniones.

No os olvidéis de recordar siempre a los esposos cristianos que en el Sacramento del matrimonio Dios, por así decirlo, se refleja en ellos, imprimiendo su imagen y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio, de hecho, es un icono de Dios, creado para nosotros por Él, que es perfecta comunión de las tres Personas de la Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El amor del Dios Trino y el amor entre Cristo y la Iglesia, su esposa, sea el centro de la catequesis y de la evangelización matrimonial: a través de encuentros personales o comunitarios, programados o espontáneos, no os canséis de mostrar a todos, especialmente a los esposos, este “gran misterio” (cfr Ef 5,32).

Mientras ofreceís este testimonio, preocuparos también por sostener a los que se han dado cuenta de que su matrimonio no es un verdadero matrimonio sacramental y quieren salir de esta situación. En esta tarea, delicado y necesaria, haced que vuestros fieles os vean no sólo como expertos de actas burocráticas o normas jurídicas, sino como hermanos que los escuchan y comprenden.

Al mismo tiempo, hacéos prójimos con el estilo propio del Evangelio, en el encuentro y la acogida, de aquellos jóvenes que prefieren convivir sin casarse. Ellos, en el nivel espiritual y moral, se encuentran entre los más pobres y los pequeños, de los que la Iglesia, siguiendo las huellas de su Maestro y Señor, quiere madre que no abandona, sino que se acerca y cuida. Cristo también ama de corazón a estas personas. Miradlos con ternura y compasión. Este cuidado por los más pequeños, precisamente porque emana del Evangelio, es una parte esencial de vuestra tarea de promoción y defensa del Sacramento del matrimonio. La parroquia es, de hecho, el lugar por excelencia de la salus animarum. Así enseñaba el beato Pablo VI: «La parroquia […] es la presencia de Cristo en la plenitud de su función de ahorro. […] Es el hogar del Evangelio, la casa de la verdad, la escuela de nuestro Señor» (Discurso en la parroquia de la Gran Madre de Dios en Roma, 8 de marzo de 1964).

Queridos hermanos, hablando recientemente a la Rota Romana recomendé poner en marcha un verdadero catecumenado de los novios, que incluya todas las etapas del viaje sacramental: el tiempo de preparación al matrimonio, su celebración y los años inmediatamente posteriores. A vosotros, párrocos, colaboradores indispensables de los obispos se os confía principalmente este catecumenado. Os animo a ponerlo en práctica a pesar de las dificultades que puedan surgir. Y creo que la dificultad más grande sea concebir o vivir el matrimonio como un hecho social –“tenemos que cumplir este acto social”- y no como un verdadero sacramento que requiere una preparación larga, larga.

Agradezco vuestro compromiso de anunciar el Evangelio de la familia. Que el Espíritu Santo os ayudase a ser ministros de  paz y de consuelo en medio de los fieles santos de Dios, especialmente a los más vulnerables y necesitados y en la necesidad de vuestro cuidado pastoral. Mientras os pido que recéis por mí, de corazón os bendigo a cada uno de vosotros y a vuestras comunidades parroquiales. Gracias.

 

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