Videomensaje del Santo Padre con motivo del evento «Thy Kingdom Come»

31 de mayo de 2020.- Ofrecemos a continuación el texto del videomensaje del Santo Padre Francisco que ha sido transmitido como parte del servicio litúrgico de Pentecostés de Su Gracia Justin Welby, arzobispo de Canterbury, a los participantes en el Movimiento de oración mundial Thy Kingdom Come con motivo de la Solemnidad de Pentecostés:

Videomensaje del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas,

Me uno con alegría al arzobispo Justin Welby y a todos vosotros para compartir lo que llevo en mi corazón. Es Pentecostés: recordemos el día en que el Espíritu de Dios descendió con poder. Desde ese día la vida de Dios se difundió entre nosotros, trayéndonos una esperanza nueva , una paz y una alegría hasta entonces desconocidas. En Pentecostés Dios contagió de vida al mundo ¡Cuánto choca con el contagio de la muerte que desde hace meses infecta la Tierra! Entonces, nunca como hoy es necesario invocar al Espíritu Santo, para que derrame la vida de Dios, el amor, en nuestros corazones. De hecho, para que el futuro sea mejor, es nuestro corazón el que debe mejorar.

El día de Pentecostés, los pueblos que hablaban lenguas diversas se encontraron. En estos meses, sin embargo, se nos pide que observemos medidas justas y necesarias para distanciarnos. Pero podemos entender mejor dentro de nosotros mismos lo que sienten los demás. Nos acomunan el miedo y la incertidumbre. Tenemos que levantar tantos corazones desconsolados. Pienso en lo que decía Jesús cuando hablaba del Espíritu Santo: Usaba una palabra en particular, Paráclito, es decir, Consolador. Muchos de vosotros habéis sentido su consuelo, esa paz interior que nos hace sentir amados, esa fortaleza suave que siempre da valor, incluso en el dolor. El Espíritu nos da la certeza de que no estamos solos, sino sostenidos por Dios. Queridos amigos, lo que hemos recibido debemos darlo: estamos llamados a difundir el consuelo del Espíritu, la cercanía de Dios.

¿Cómo hacerlo? Pensemos en lo que nos gustaría tener ahora: consuelo, aliento, alguien que nos cuide, alguien que rece por nosotros, que llore con nosotros, que nos ayude a enfrentar nuestros problemas. Por lo tanto, lo que queramos que nos hagan los demás, hagámoslo con ellos (cf. Mt 7,12). ¿Queremos ser escuchados? Escuchemos. ¿Necesitamos que nos animen? Animemos. ¿Queremos que alguien nos cuide? Cuidemos de los que no tienen a nadie. ¿Necesitamos esperanza para el mañana? Demos esperanza hoy. Hoy asistimos a una trágica carestía de esperanza. ¡Cuántas heridas, cuántos vacíos sin llenar, cuánto dolor sin consuelo! Hagámonos entonces intérpretes del consuelo del Espíritu, transmitamos esperanza y el Señor nos abrirá nuevas sendas en nuestro camino.

Siento que comparto algo propio en nuestro camino. Cuánto me gustaría que, como cristianos, fuéramos cada vez más y más juntos testigos de la misericordia para la humanidad, duramente probada. Pidamos al Espíritu el don de la unidad, porque difundiremos la fraternidad solamente si vivimos como hermanos entre nosotros. No podemos pedirle a la humanidad que permanezca unida si nosotros vamos por caminos diferentes. Recemos entonces los unos por los otros. sintámonos responsables los unos de los otros.

El Espíritu Santo da sabiduría y consejo. Invoquémoslo en estos días sobre cuantos están obligados a tomar decisiones delicadas y urgentes, para que protejan la vida humana y la dignidad del trabajo. Que se invierta en esto: en la salud, en el trabajo, en la eliminación de las desigualdades y la pobreza. Nunca como ahora habíamos necesitado una mirada llena de humanidad: no podemos empezar de nuevo a perseguir nuestros propios éxitos sin preocuparnos por los que se quedan atrás. Y aunque tantos lo harán, el Señor nos pide que cambiemos de rumbo. Pedro, el día de Pentecostés, dijo con la parresía del Espíritu: «Convertíos» (Hch 2,38), es decir, cambiad de dirección, invertid la dirección de marcha. Necesitamos volver a caminar hacia Dios y hacia el prójimo: no separados, no anestesiados ante el grito de los olvidados y del planeta herido. Tenemos que estar unidos para hacer frente a las pandemias que se propagan: la del virus, pero también el hambre, las guerras, el desprecio por la vida, la indiferencia. Sólo caminando juntos llegaremos lejos.

Queridos hermanos y hermanas, vosotros difundís el anuncio de vida del Evangelio y sois un signo de esperanza. Os lo agradezco de corazón. Pido a Dios que os bendiga y a vosotros os pido que recéis para que me bendiga. Gracias.

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