SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
(Año A)
ESTE ES EL PAN QUE HA BAJADO DEL CIELO

Luis GARCÍA GUTIÉRREZ
Director del Secretariado de la Comisión Episcopal para la Liturgia
Cuando parece que la tarde del Jueves Santo queda ya muy lejana, la liturgia de la Iglesia en este domingo vuelve a recordarnos la centralidad e importancia de la Misa en la vida del creyente. La solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor establece una continuidad con la tarde en la que, en aquella memorable Cena, nos dejó Cristo el banquete de su amor y el sacrificio de la Alianza eterna.
La Eucaristía es memorial de la pasión del Señor. No se trata solamente del recuerdo psicológico de un acontecimiento que sucedió hace muchos años; por el contrario, es anuncio de la Pascua de Cristo y realización, actualización, en nuestro tiempo presente de aquellos hechos salvíficos. En cada celebración de la Misa, se hace presente de nuevo la entrega del Señor en la cruz y recibimos sus frutos. Se destaca hoy de manera especial la importancia que cobra el comer la carne del Señor y beber su sangre: el maná con que Dios proveyó al pueblo de Israel desvalido por el desierto (primera lectura) era un anuncio, una prefiguración, del definitivo alimento que Dios daría al nuevo pueblo de Israel (Evangelio).
Además, la comunión en el Cuerpo y Sangre del Señor realiza la unidad de la Iglesia (segunda lectura). Quien se une más estrechamente a Cristo recibiendo la Eucaristía, se une más a su Cuerpo que es la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza la incorporación a la Iglesia realizada
ya por el bautismo. Por esta razón hoy es la Jornada de la Caridad: el amor cristiano solo puede nacer del amor de Cristo y a Cristo.
Finalmente, la fiesta de hoy nos llama a venerar la presencia real de Cristo en el pan y el vino consagrados; por eso, en muchos lugares tiene lugar la procesión y bendición con el Santísimo Sacramento.