Reflexión para el XXIII Domingo del tiempo ordinario

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Año A)

Ramón CLAVERÍA ADIEGO
Sacerdote de la diócesis de Jaca
Doctor en Teología Litúrgica

Hoy iniciamos en la lectura del evangelio una serie de textos dedicados a la vida comunitaria. Los expertos en Sagrada Escritura llaman a estos textos “el sermón sobre la Iglesia”, en el que se proclama el espíritu que debe distinguir a los miembros de la comunidad de Jesús en su vida cotidiana. Una vida que, ciertamente, no resulta siempre fácil, porque los cristianos no dejamos de ser personas, y las relaciones entre personas siempre son complejas, y muchas veces, complicadas.

Hoy en concreto, se nos presenta la comunidad cristiana como lugar de oración por un lado, esto es, compartir juntos la acción de gracias las peticiones, e incluso las experiencias ante el Señor; y por otro lado también de corrección fraterna, o sea, el decirnos unos a otros con caridad, sinceridad, humildad y libertad aquello que nos puede ayudar a mejorar, a corregir, a cambiar… y esto, ya es más difícil de practicar; puesto que, por una parte, la caridad fraterna nos cuesta, porque nos duele que nos digan, no nos hace gracia que nos saquen los defectos y los errores, y no pocas veces, nos rebotamos; y eso trae la consecuencia de, para no complicarnos la existencia, y que este o aquel no se nos enfade o nos deje de hablar, y para evitarlo, pues nos callamos y no decimos nada. O al menos no decimos nada a la cara, y en vez de entrar en la dinámica de la corrección fraterna, entramos en dinámicas de críticas por la espalda, chismorreros, e incluso difamaciones.

Pero tenemos que tener claro que el amor al hermano no se muestra solo diciéndole palabras amables y de alabanza, sino también, cuando haga falta, con una palabra de ánimo o de corrección. Teniendo en cuenta que también tenemos que tener la humildad de dejarnos corregir y no empezar a contraatacar al que de buena fe nos intenta ayudar, sacándole los defectos que, como persona, también puede tener.

Es tarea difícil ésta. Cierto. Pero necesaria. Ya nos lo dice la primera lectura, en el sentido de que Dios nos pedirá cuentas de si hemos corregido o no a quien vemos que hace las cosas mal. Pero también es necesaria porque todos metemos la pata. Y si muchas veces hacemos las cosas mal, es porque nadie nos corrige. Pero también hay que tener presente que igual quien se equivoca es quien pretende corregir. Y por eso, será necesario estar bien preparados, bien formados e informados, para estar seguros de que no vayamos a equivocarnos. ¿Qué a lo mejor queriendo corregir a otro descubrimos que los equivocados somos nosotros? Pues mira… ¡Bendito sea Dios!, porque entonces los que salimos beneficiados somos nosotros.

Pero siempre con caridad… Sin chulerías… Sin prepotencias nunca por ninguna de las dos partes… Porque, como nos dice san Pablo, uno que ama a su prójimo no le hace daño. Y es que el amor al prójimo no se debe entender como un deber, sino como una deuda que tenemos ante Dios, quien gratuitamente nos ha justificado por medio de su Hijo.

Que la Virgen María nos ayude, pues, para que todos los cristianos seamos humildes para reconocer nuestros errores y cada día nos convirtamos, y nos ayudemos mutuamente a convertimos al Señor.

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