XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Año A)
Ramón CLAVERÍA ADIEGO
Sacerdote de la diócesis de Jaca
Doctor en Teología Litúrgica
El Evangelio de hoy presenta una nueva andanada de Jesús contra los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, quienes eran las máximas autoridades morales del pueblo judío. En él, vemos como Jesús nos habla de dos hijos que tienen un comportamiento diverso ante su padre. El primero dice “sí” a las órdenes de éste, pero no las cumple, no hace nada; en cambio, el segundo, de primeras dice “no”, pero luego, a la hora de la verdad, se arrepiente y obedece a su padre.
Pues bien, Jesús dijo esta parábola para desenmascarar la actitud hipócrita de aquellos que tenían sus ideas fijas sobre Dios y se negaban a aceptar la voluntad divina cuando ésta les salía al paso en Jesucristo. Se creían seguros de la salvación por ser hijos de Abraham, por su observancia de la ley, por sus méritos, y rechazaban a Cristo porque perdonaba a los pecadores, abriéndoles las puertas de la salvación, porque presentaba un Dios justo, que no justiciero; un Dios bondadoso, que perdona gratuitamente a los que se acogen a su misericordia. Por eso Jesús afirma que los publicanos y las prostitutas preceden en el Reino de los cielos a muchos que se tienen por buenos y santos.
¡Pero ojo!, ojo porque Jesús no justifica que los actos de los publicanos y las prostitutas en cuanto tales sean buenos, que no lo son; sino que Jesús afirma que los publicanos y las prostitutas van por delante de los fariseos porque creyeron a Juan, es decir, porque estuvieron dispuesto a cambiar de vida y comenzaron un camino de conversión y de redención.
Y es que el camino de salvación es un camino de continuas segundas oportunidades, un camino de conversión y de gracia, un camino siguiendo a Jesús. Por eso que Jesús condena en toda regla la hipocresía y la soberbia de quienes, refugiados detrás de sus palabras solemnes y de sus roles sociales indiscutibles y de prestigio, obran de modo contrario al que predican y juzgan a los demás con una extrema dureza, mientras que con cualquier cosa se justifican a sí mismos. Mirad, el moralismo es un mal sin remedio que afecta a todos los extremos. Afecta por un lado a los “puritanos”, y por el otro a los “tolerantes”. A los “puritanos” porque no toleran no ya que uno se salte las normas, sino que no toleran a nadie que se las saltes. Pero también afecta a los “progresistas”, a los “tolerantes”, porque no soportan ni aceptan a nadie que no cuestione los códigos establecidos y reaccione contra ellos. Así que, los unos por los otros, la casa sin barrer; porque tanto unos como otros están siempre aplicando su recetario particular, su código de comportamiento personal.
Vamos a pedirle, pues, a la Virgen María, que nos ayude para que tengamos entre nosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús, de forma que seamos capaces de vivir con sencillez y humildad, sin creernos con derecho a juzgar a los demás con la superioridad de quien no reconoce sus propias incoherencias.