Letras apostólicas para el nombramiento de Mons. D. Juan Antonio Aznárez Cobo como Arzobispo castrense de España

FRANCISCO, OBISPO, Siervo de los Siervos de Dios, al venerable hermano Juan Antonio Aznárez Cobo, hasta ahora Obispo de la sede titular de Bisuldino y auxiliar de la Archidiócesis de Pamplona y Tudela, elegido Arzobispo del Ordinariato Militar de España, salud y bendición apostólica.

La Iglesia ha tenido siempre por costumbre invocar humildemente a Dios como su creador y defensor en situaciones difíciles. Invocación extendida también a los santos del Cielo y, especialmente, a la augusta Virgen María, Madre de Dios (cf. León XIII, Quamquam pluries). Nosotros mismos, permaneciendo bajo la protección de la misma Madre de Dios, desempeñamos el ministerio del sucesor del apóstol Pedro y llevamos las cargas de todas las iglesias. Conscientes de nuestra responsabilidad, dirigimos nuestra atención al Ordinariato Militar de España que, tras las muerte del venerable hermano Juan del Río Martín, carece de obispo y nos apresuramos a nombrar un nuevo pastor. Dado que tú, venerable hermano, eres ya experto en el ministerio episcopal y también estás dotado de las necesarias virtudes para su ejercicio eficaz, no dudamos de que puedas cumplir bien este nuevo ministerio.

Por esto, ponderado el parecer de la Congregación para los Obispos, con la plenitud de nuestra Autoridad Apostólica y disuelto el vínculo con la sede titular de Bisuldino y del anterior ministerio de auxiliar, te nombramos Arzobispo del Ordinariato Militar de España, observando todos los derechos y obligaciones anexas a este oficio según el Derecho Canónico.

Cuidarás de que el clero y las personas confiadas a tu cuidado tengan conocimiento de nuestras Letras Apostólicas, a los cuales exhortamos a estimar y prestar dirigente cooperación al nuevo moderador de la vida espiritual. Por último, venerable hermano, te encomendamos a ti y a tu nueva comunidad a la protección de la Santísima Madre de Dios, Reina del Sacratísimo Rosario, que en el camino terrenal siempre brinda el más alto auxilio a quienes la invocan desde el fondo de su corazón.

Dado en Roma, en el Letarano, el día quince del mes de noviembre, del año del Señor dos mil veintiuno, noveno de Nuestro Pontificado.

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