19 de mayo de 2022.- El Papa Francisco, al recibir a los Superiores de la Congregación para las Iglesias Orientales, sacerdotes, alumnos y empleados del Colegio Pío Rumano les recordó cuando hace dos años, en la Divina Liturgia que presidió en Blaj, en el Campo de la Libertad, donde les animó a resistir a las nuevas ideologías que pretenden imponerse y desarraigar a los pueblos, a veces de forma insidiosa, de sus tradiciones religiosas y culturales. Durante esa celebración, les dijo, proclamé beatos a siete obispos mártires, señalándolos como ejemplos para todo el pueblo rumano.
Hablando sobre las tradiciones religiosas y culturales, raíces de un pueblo, el Pontífice dijo que, si no se alimentan las raíces, la tradición religiosa pierde fecundidad, creándose un proceso peligroso: a medida que pasa el tiempo, uno se centra cada vez más en sí mismo, en su propia pertenencia, perdiendo el dinamismo de sus orígenes. El Papa, les pidió que se mantengan como “Pastores pobres en cosas, pero ricos en el Evangelio. Sean alegres apóstoles de la fe que habéis heredado, dispuestos a no guardar nada para ustedes y reconciliados con todos, perdonando, tejiendo la unidad, superando toda animosidad y victimismo”.
El Papa recordó que: «el Evangelio no se proclama con palabras complicadas, sino en el lenguaje del pueblo, como nos enseñó Jesús, la Sabiduría encarnada. La buena tierra es también la que te hace tocar la carne de Cristo, presente en los pobres, los enfermos, los que sufren, los pequeños y los sencillos, en los que sufren y en los que Jesús está presente. Pienso en particular en los numerosos refugiados de la vecina Ucrania, a los que Rumanía también acoge y ayuda».
Al centrarse en los aspectos institucionales, externos, en la defensa del propio grupo, de la propia historia y de los privilegios, se pierde el sabor del donarse. Si no se consideran las raíces de un árbol y se da más importancia al tronco, las ramas o las hojas, sino se riegan sus raíces, el árbol se repliega sobre sí mismo no crecerá exuberantemente:
“Esto sucede cuando uno se vuelve complaciente y se contamina con el virus de la mundanidad espiritual. Entonces uno se marchita en una vida mediocre y autorreferencial de arribismo, de escalada, de búsqueda de satisfacción personal y de placeres fáciles”.
A los religiosos y alumnos del colegio rumano, el Papa les recordó que en Roma, pueden redescubrir sus raíces plenamente, a través del estudio y la meditación. Además, les dijo, es una oportunidad para reflexionar sobre cómo se formaron las raíces:
“Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la Iglesia greco-católica rumana ya no tenía obispos en activo, pues habían sido asesinados o encarcelados, el obispo Ioan Ploscaru de Lugoj, que estuvo encarcelado durante quince años, escribió en su diario: «Los sacerdotes y obispos de la Iglesia greco-católica consideraban este periodo como el más valioso de su existencia. Es una gracia poder ofrecer a Dios los propios sufrimientos y el testimonio de la propia fe, incluso a costa de la propia vida». Quien da su vida por el Evangelio piensa así, abraza la respuesta de Dios al mal del mundo: se entrega, imita el amor manso y gratuito del Señor Jesús, que se ofrece por los que están cerca y lejos. Esta es la fuente que permitió que las raíces se injertaran en la tierra, crecieran fuertes y dieran fruto. Y ustedes son ese fruto”.
El Pontífice también les dijo a los religiosos, alumnos y empleados del colegio Pío Rumano, que en Roma, además de profundizar en sus raíces, tienen la oportunidad de pensar en cómo actualizarlas, para que su ministerio no sea una repetición estéril del pasado o un mantenimiento del presente, sino que sea fecundo, afirmó. Y el secreto de la fecundidad es el mismo que el de aquellos obispos y sacerdotes, señaló: el don de la vida, el Evangelio que hay que poner en práctica con corazón de pastor.
Francisco tuvo un pensamiento por el cardenal Mureşan, que dentro de unos días cumplirá 91 años, de quien el Papa recordó sus años de servicio en el sacerdocio, que comenzó hace casi sesenta años en un humilde sótano, después de que los obispos supervivientes fueran liberados de la cárcel. Al respecto afirmó que deben ser pastores pobres en cosas, pero ricos en el Evangelio:
«Sean así, alegres apóstoles de la fe que han heredado, dispuestos a no guardar nada para uds. y a reconcilirse con todos, a perdonar y a tejer la unidad, superando toda animosidad y victimismo. Entonces su semilla también será evangélica y dará fruto».
El Santo Padfre, también les aconsejó que no olviden la buena tierra de la fe. Es la que cultivaron los abuelos, los padres, es la tierra del pueblo santo de Dios, señaló el Papa. Y mientras se preparan para transmitir la fe, que cada uno piense en ellos y recuerden que:
«El Evangelio no se proclama con palabras complicadas, sino en el lenguaje del pueblo, como nos enseñó Jesús, la Sabiduría encarnada. La buena tierra es también la que te hace tocar la carne de Cristo, presente en los pobres, los enfermos, los que sufren, los pequeños y los sencillos, en los que sufren y en los que Jesús está presente. Pienso en particular en los numerosos refugiados de la vecina Ucrania, a los que Rumanía también acoge y ayuda».
Por último, el Pontífice tuvo unas palabras con los alumnos de habla árabe del antiguo Colegio San Efrén, que en los últimos diez años han formado una comunidad. Y aconsejó que los colegios nacionales, orientales y latinos, no deben ser «enclaves» a los que se vuelve después de la jornada de estudio para vivir como en casa, sino laboratorios de comunión fraterna, donde se puede experimentar la auténtica catolicidad, la universalidad de la Iglesia. Esta universalidad, dijo, es el buen aire que hay que respirar para no dejarse arrastrar por los particularismos que frenan la evangelización.
VATICAN NEWS
Discorso del Santo Padre
Cari fratelli e sorelle!
Sono lieto di accogliervi in occasione dell’85° anniversario della fondazione del Collegio Pio Romeno. Saluto tutti voi, Superiori della Congregazione per le Chiese Orientali, sacerdoti, studenti e dipendenti del Collegio, e ringrazio il Rettore, P. Gabriel, per le parole che mi ha rivolto a nome vostro.
Due anni fa, durante la Divina Liturgia che ho presieduto a Blaj, al Campo della Libertà, incoraggiai a resistere alle nuove ideologie che cercano di imporsi e di sradicare i popoli, a volte in modo subdolo, dalle loro tradizioni religiose e culturali. Durante quella celebrazione proclamai Beati sette Vescovi martiri, additandoli come esempi a tutto il popolo romeno. Voi, qui a Roma, nella città che custodisce la testimonianza di Pietro, Paolo e di molti altri martiri, potete riscoprire in modo compiuto le vostre radici, attraverso lo studio e la meditazione. È un’opportunità preziosa poter riflettere su come si sono formate le radici. Durante la seconda guerra mondiale, quando la Chiesa greco-cattolica romena non aveva più Vescovi attivi, in quanto erano stati uccisi o incarcerati, il Vescovo Ioan Ploscaru di Lugoj, prigioniero per quindici anni, scrisse nel suo diario: «I sacerdoti e i Vescovi della Chiesa greco-cattolica hanno considerato questo periodo come il più prezioso della loro esistenza. È una grazia poter offrire a Dio le proprie sofferenze e la testimonianza della propria fede, anche a costo della vita». Chi dà la vita per il Vangelo pensa così, abbraccia la risposta di Dio al male del mondo: consegna sé stesso, imita l’amore mite e gratuito del Signore Gesù, che si offre per i vicini e per i lontani. Questa è la sorgente che ha permesso alle radici di innestarsi nella terra, di crescere robuste e di portare frutto. E voi siete quel frutto.
Cari amici, senza alimentare le radici ogni tradizione religiosa perde fecondità. Si verifica infatti un processo pericoloso: con il passare del tempo ci si focalizza sempre più su sé stessi, sulla propria appartenenza, perdendo il dinamismo delle origini. Allora ci si concentra su aspetti istituzionali, esteriori, sulla difesa del proprio gruppo, della propria storia e dei propri privilegi, perdendo, magari senza accorgersene, il sapore del dono. Restando nella metafora, è come soffermarsi a guardare il tronco, i rami e le foglie, dimenticandosi che tutto è sostenuto dalle radici. Ma solo se le radici sono ben innaffiate l’albero continua a crescere rigoglioso; altrimenti si ripiega su sé stesso e muore. Questo accade quando ci si adagia e si viene intaccati dal virus della mondanità spirituale, che è il peggiore male che possa accadere nella Chiesa: la mondanità spirituale. Allora si appassisce in una vita mediocre, autoreferenziale, fatta di arrivismi, scalate, ricerca di soddisfazioni personali e facili piaceri. L’atteggiamento che cerca di arrampicarsi, di avere potere, di avere denaro, di avere fama, di essere comodi, di far carriera. Questo è voler crescere senza le radici. È vero che ci sono altri che vanno alle radici per nascondersi lì, perché hanno paura della crescita. È vero. Alle radici si va per prendere la forza, prendere il succo e continuare a crescere. Non si può vivere nelle radici e non si può vivere nell’albero senza le radici. La tradizione è un po’ il messaggio che noi riceviamo dalle radici: è quello che ti dà la forza per andare avanti, oggi, senza ripetere le cose di ieri, ma con la stessa forza della prima ispirazione.
Qui a Roma, oltre ad approfondire le radici, avete la possibilità di pensare a come attualizzarle, perché il vostro ministero non sia una sterile ripetizione del passato o un mantenimento del presente, ma sia fecondo, che guardi avanti. E questo è il segreto della fecondità è lo stesso di quei Vescovi e sacerdoti: cioè, il dono della vita, il Vangelo da mettere in pratica con cuore di pastori. Penso al Cardinale Mureşan, che tra pochi giorni compirà 91 anni: anni di servizio nel sacerdozio, iniziato quasi sessant’anni fa in un umile seminterrato, dopo la liberazione dal carcere dei Vescovi sopravvissuti. Pastori poveri di cose, ma ricchi di Vangelo. Siate così, apostoli gioiosi della fede che avete ereditato, disposti a non trattenere nulla per voi stessi e pronti a riconciliarvi con tutti, a perdonare e a tessere unità, superando ogni livore e vittimismo. Allora anche il vostro seme sarà evangelico e porterà frutto. Senza dimenticarsi del passato ma vivere nel presente, con fecondità.
Dopo le radici, vorrei dirvi qualcosa anche sul terreno. Mentre studiate, non dimenticate il terreno buono della fede. È quello lavorato dai vostri nonni, dai vostri genitori, quello del santo Popolo fedele di Dio. Mentre vi preparate a trasmettere la fede, pensate a loro e ricordate che il Vangelo non si annuncia con parole complicate, ma nella lingua della gente, come ci ha insegnato Gesù, la Sapienza incarnata: si trasmette “in dialetto”, nel dialetto del popolo di Dio, quello che capisce il popolo, con semplicità. Per favore, state attenti a non diventare “chierici di Stato”, siate pastori del popolo: vicinanza al popolo dal quale voi venite. Paolo diceva a Timoteo: “Ricordati di tua mamma e di tua nonna”. Le tue radici, il popolo al quale tu appartieni. E il profeta Samuele diceva al re Davide: “Ricordati che sei stato eletto proprio dal gregge: non dimenticarti il gregge dal quale tu sei stato eletto”, è la tua prima appartenenza. L’autore della Lettera agli Ebrei ci raccomanda: “Ricordatevi dei vostri antenati, coloro che vi hanno annunciato la Parola di Dio”. Per favore, non dimenticate il popolo dal quale voi venite. Non siate preti di laboratorio teologico, no. Preti dal popolo, con l’odore del popolo, con l’odore del gregge. Ho detto che il Vangelo non si annuncia con parole complicate ma “in dialetto”. Il terreno buono è anche quello che vi fa toccare la carne di Cristo, presente nei poveri, nei malati, nei sofferenti, nei piccoli e nei semplici, in chi soffre e nel quale c’è Gesù, negli scartati, in questa cultura dello scarto nella quale ci tocca vivere. Penso in particolare ai tanti rifugiati dalla vicina Ucraina che anche la Romania sta accogliendo e assistendo.
Vorrei dire una parola anche a voi, cari studenti di lingua araba appartenenti all’ex-Collegio Sant’Efrem. Da una decina d’anni formate tutti un’unica comunità. La vostra condivisione di vita non deve essere sentita come una diminuzione dei rispettivi tratti distintivi, ma come una feconda promessa di futuro. I collegi nazionali, orientali e latini, non devono essere delle “enclavi” entro cui rientrare dopo la giornata di studi per vivere come se si fosse in patria, ma devono essere dei laboratori di comunione fraterna, dove sperimentare l’autentica cattolicità, l’universalità della Chiesa. Questa universalità è l’aria buona da respirare per non venire risucchiati in particolarismi che frenano l’evangelizzazione.
Le radici, il terreno, l’aria buona. Vi auguro di coltivare così la vostra vocazione negli anni romani. E vi chiedo per favore di pregare per me. Adesso benedico di cuore voi e i vostri cari. Grazie!