15 de diciembre de 2022.– Esta mañana, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los Embajadores de Belice, Bahamas, Tailandia, Noruega, Mongolia, Níger, Uganda y Sudán ante la Santa Sede, con motivo de la presentación de sus Cartas Credenciales.
Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa ha dirigido a los nuevos Embajadores:
Discurso del Santo Padre
Excelencias,
Les doy una calurosa bienvenida a cada uno de ustedes con ocasión de la presentación de las Cartas que les acreditan como Embajadores Extraordinarios y Plenipotenciarios ante la Santa Sede de sus países: Belice, Bahamas, Tailandia, Noruega, Mongolia, Níger, Uganda y Sudán. Les ruego que transmitan mis sentimientos de estima a sus respectivos Jefes de Estado, junto con el aseguramiento de mis oraciones por ellos y por todas las personas a las que va dirigido su servicio.
Al asumir sus nuevas responsabilidades, deseo en primer lugar reconocer la multiplicidad de formas en que sus naciones contribuyen al bien común no solo de sus propios ciudadanos, sino de toda la familia humana. Cada uno de ustedes comparte con razón la preocupación por construir la comunidad internacional, como lo demuestra su participación en las diversas organizaciones e instituciones internacionales que son expresión práctica de la necesidad de la solidaridad y la cooperación entre los pueblos.
En esta tarea vital y colectiva de buscar salvaguardar y promover el bienestar de hombres y mujeres en todo el mundo, especialmente en nuestros días, marcados por los problemas persistentes asociados con la crisis sanitaria mundial y los conflictos violentos que se desarrollan en todo el mundo, la La acción concertada de toda la familia de naciones y la labor de la diplomacia son más necesarias que nunca. Sin ellos no es posible proteger la dignidad y los derechos humanos de todos, promover la justicia, la reconciliación y el diálogo en aras de una paz duradera, y cuidar nuestra casa común como un don precioso para nosotros y para las generaciones futuras.
En particular, ustedes comienzan su nueva misión diplomática en un momento de mayor sensibilidad política ante el aumento de las violaciones del derecho internacional y ante lo que durante mucho tiempo he denominado una Tercera Guerra Mundial fragmentada. Si queremos que la paz tenga una oportunidad y que los pobres tengan la perspectiva de un futuro mejor, especialmente en aquellas partes del mundo donde los conflictos muy prolongados corren el riesgo de generar habituación en la conciencia pública, todos estamos llamados a mostrar una mayor vigilancia y responder el llamado a ser constructores de paz en nuestro tiempo.
Al enfrentar estos desafíos, cada una de sus naciones, ya sean antiguas o jóvenes, puede aprovechar un vasto patrimonio de tesoros históricos, intelectuales, tecnológicos, artísticos y culturales que son contribuciones únicas y distintivas de sus pueblos. Al mismo tiempo, al rendir tributo al ingenio de todos aquellos a quienes usted representa y que seguramente dejarán un legado de bien para el futuro, veo sus activos nacionales no solo como habilidades y competencias para ser celebradas y cultivadas, ni simplemente como altos estándares. que con razón enorgullecerse; su ingenio y sus talentos también son dones que pueden ponerse al servicio del mundo entero, tanto en contextos bilaterales como multilaterales, para el mejoramiento de la humanidad.
Al ofrecer generosamente sus recursos materiales, humanos, morales y espirituales, los países responden a una vocación noble e imprescindible. De hecho, sólo haciendo un esfuerzo por afrontar los problemas de la humanidad de forma cada vez más integrada y solidaria se encontrarán soluciones. Y no sólo los mencionados anteriormente. También es necesario llamar la atención sobre otras situaciones generalizadas que afectan los derechos humanos fundamentales: la falta de acceso universal al agua potable, alimentos o atención básica de salud; la necesidad de garantizar la educación a todos aquellos que con demasiada frecuencia quedan excluidos de ella; así como la oportunidad de trabajo decente para todos. Pienso también en los enfermos, los discapacitados, los jóvenes -especialmente las niñas- que no tienen suficientes oportunidades para realizar su potencial; así como aquellos que provienen de entornos empobrecidos y corren el riesgo de ser dejados atrás, olvidados o incluso excluidos deliberadamente de la plena participación en sus comunidades.
Al aumentar constantemente la conciencia sobre la difícil situación de quienes se encuentran en los márgenes de la sociedad, su papel como diplomáticos puede ayudar a arrojar luz sobre los rincones más oscuros de nuestro mundo, traer al centro a quienes se encuentran en las periferias y dar voz a quienes no la tienen. voz o ha sido silenciada. Espero que en el ejercicio de vuestras altas funciones sepáis buscar, tanto aquí en Roma como en otros lugares, caminos nuevos y creativos para promover la solidaridad social y la amistad, especialmente con los hermanos y hermanas más vulnerables (cf. Enc. Fratelli tutti , 112-117). En este sentido, os aseguro la colaboración y el apoyo de la Secretaría de Estado y de los Dicasterios y Oficinas de la Curia Romana. Sobre la base de las muchas iniciativas existentes y áreas de interés común, confío en que las relaciones positivas y cordiales entre sus países y la Santa Sede continuarán desarrollándose y dando frutos.
Estimados Embajadores, al iniciar su nueva misión al servicio de sus naciones, les ofrezco mis más cálidos deseos por su importante labor. Sobre vosotros, vuestras familias y todos vuestros conciudadanos, con gusto invoco abundantes bendiciones del Todopoderoso. Gracias.
Discorso del Santo Padre
Eccellenze!
Porgo un caloroso benvenuto a ciascuno di voi in occasione della presentazione delle Lettere con le quali venite accreditati come Ambasciatori Straordinari e Plenipotenziari presso la Santa Sede dei vostri Paesi: Belize, Bahamas, Tailandia, Norvegia, Mongolia, Niger, Uganda e Sudan. Vi prego di trasmettere i miei sentimenti di stima ai vostri rispettivi Capi di Stato, insieme all’assicurazione delle mie preghiere per loro e per tutte le persone a cui è diretto il loro servizio.
Mentre assumete le nuove responsabilità, desidero innanzitutto riconoscere la molteplicità dei modi in cui le vostre Nazioni contribuiscono al bene comune non solo dei propri cittadini, ma dell’intera famiglia umana. Ognuno di voi condivide giustamente la preoccupazione di edificare la comunità internazionale, come dimostra la vostra partecipazione alle varie organizzazioni e istituzioni internazionali che sono espressione pratica dell’esigenza di solidarietà e di cooperazione tra i popoli.
In questo compito vitale e collettivo di cercare di salvaguardare e far progredire il benessere degli uomini e delle donne di tutto il mondo, specialmente ai nostri giorni, segnati dai perduranti problemi legati alla crisi sanitaria globale e dai conflitti violenti in atto in tutto il mondo, l’azione concertata dell’intera famiglia delle nazioni e il lavoro della diplomazia sono più che mai necessari. Senza di essi non è possibile proteggere la dignità e i diritti umani di tutti, promuovere la giustizia, la riconciliazione e il dialogo per il bene di una pace duratura, e prendersi cura della nostra casa comune come dono prezioso per noi e per le generazioni future.
In particolare, voi iniziate il vostro nuovo incarico diplomatico in un momento di maggiore sensibilità politica per l’aumento delle violazioni del diritto internazionale e per quella che ho definito, da tempo, una terza guerra mondiale combattuta a pezzi. Se vogliamo che la pace abbia una possibilità e che i poveri abbiano la prospettiva di un futuro migliore, soprattutto in quelle parti del mondo dove conflitti molto lunghi rischiano di generare assuefazione nella coscienza pubblica, siamo tutti chiamati a mostrare una maggiore vigilanza e a rispondere alla chiamata ad essere costruttori di pace nel nostro tempo.
Nell’affrontare tali sfide, ognuna delle vostre Nazioni, sia essa antica o giovane, può attingere a un vasto patrimonio di tesori storici, intellettuali, tecnologici, artistici e culturali, che sono contributi unici e peculiari dei vostri popoli. Allo stesso tempo, nel rendere omaggio all’ingegno di quanti rappresentate e che sicuramente lascerà un’eredità di bene per il futuro, vedo le vostre risorse nazionali non solo come abilità e competenze da celebrare e coltivare, né semplicemente come standard elevati di cui giustamente andare fieri; la vostra intraprendenza e i vostri talenti sono anche doni che possono essere messi al servizio del mondo intero, in contesti sia bilaterali sia multilaterali, per il miglioramento dell’umanità.
Offrendo generosamente le proprie risorse materiali, umane, morali e spirituali, i Paesi rispondono a una vocazione nobile ed essenziale. Infatti, solo sforzandosi di affrontare i problemi dell’umanità in maniera sempre più integrata e solidale se ne potranno trovare le soluzioni. E non solo a quelli sopra citati. È necessario richiamare l’attenzione anche su altre situazioni diffuse che interessano i diritti umani fondamentali: la mancanza di accesso universale all’acqua potabile, al cibo o alle cure sanitarie di base; la necessità di assicurare l’istruzione a tutti coloro che troppo spesso ne sono esclusi; come pure l’opportunità di un lavoro dignitoso per tutti. Penso anche ai malati, ai disabili, ai giovani – soprattutto alle ragazze – che non hanno sufficienti opportunità per realizzare le proprie potenzialità; come pure a quanti provengono da contesti impoveriti e rischiano di essere lasciati indietro, dimenticati o addirittura deliberatamente esclusi dalla piena partecipazione alle loro comunità.
Attraverso una costante sensibilizzazione riguardo alla condizione di coloro che si trovano ai margini della società, il vostro ruolo di diplomatici può contribuire a far luce negli angoli più bui del nostro mondo, a portare al centro quanti si trovano nelle periferie e a dare voce a chi non ha voce o è stato messo a tacere. Spero che nell’esercizio delle vostre alte funzioni possiate cercare, sia qui a Roma sia altrove, modi nuovi e creativi per promuovere la solidarietà e l’amicizia sociale, in particolare con i fratelli e le sorelle più vulnerabili (cfr Enc. Fratelli tutti, 112-117). A questo proposito, vi assicuro la collaborazione e il sostegno della Segreteria di Stato e dei Dicasteri e degli Uffici della Curia Romana. Sulla base delle molte iniziative esistenti e delle aree di interesse comune, sono fiducioso che le relazioni positive e cordiali tra i vostri Paesi e la Santa Sede continueranno a svilupparsi e a dare frutti.
Cari Ambasciatori, mentre iniziate la nuova missione al servizio delle vostre Nazioni, vi porgo i miei più sentiti auguri per il vostro importante lavoro. Su di voi, sulle vostre famiglie e su tutti i vostri concittadini invoco volentieri abbondanti benedizioni dell’Onnipotente. Grazie.
Your Excellencies,
I extend a heartfelt welcome to each of you at this presentation of the Letters accrediting you as Ambassadors Extraordinary and Plenipotentiary to the Holy See of your countries: Belize, Bahamas, Thailand, Norway, Mongolia, Niger, Uganda and Sudan. Please convey my sentiments of esteem to your respective Heads of State, together with the assurance of my prayers for them and all the people they serve.
As you take up your new responsibilities, I wish first to acknowledge the variety of ways in which your nations contribute to the common good not only of their citizens but of our entire human family. Each of you rightly shares the concern for building up the international community, as can be seen in your participation in the various international organizations and institutions that are a practical expression of the need for solidarity and cooperation among peoples.
In this vital and collective task of striving to safeguard and advance the wellbeing of men and women everywhere, especially in these days marked by the continued problems associated with the global health crisis and by the entrenched violent conflicts around the world, the concerted action of the whole family of nations and the work of diplomacy are required more than ever. Without them it is not possible to protect the dignity and human rights of all, to promote justice, reconciliation and dialogue for the sake of enduring peace, and to care for our common home as a precious gift for us and for future generations.
In particular, you begin your new diplomatic roles at a time of heightened political sensitivity to the increase in violations of international law and to what I have called a third world war being fought piecemeal. If peace is to have a chance and the poor the prospect of a better future, especially in those parts of the world where longstanding conflicts risk generating habituation in the public consciousness, we are all called to show greater vigilance and respond to the call to be peacemakers in our time.
In responding to these challenges, each of your nations, whether they be old or young, can draw upon a deep trove of historical, intellectual, technological, artistic and cultural treasures, that are unique contributions of your particular peoples. At the same time, in paying tribute to the ingenuity of those you represent, which will surely leave a legacy of goodness for the future, I see your national riches not just as abilities and skills to be celebrated and nurtured, nor merely as high standards of which you can rightly be proud. Your resourcefulness and talents are also gifts that can be placed at the service of the wider world, in both bilateral and multilateral contexts, for the betterment of humanity.
By generously offering their material, human, moral and spiritual resources, countries respond to a noble and essential vocation. Indeed, it is only by striving to confront the problems facing humanity in an increasingly integrated and solidary way that solutions may be found, and not only to the above-mentioned challenges. Attention must also be drawn to other widespread situations affecting fundamental human rights: the lack of universal access to drinking water, food or basic healthcare; the need for equitable access to education for those all too often excluded; as well as the opportunity for dignified work for all. I think too of the sick, the disabled, and the young – especially girls – who are frequently given insufficient opportunities for realizing their potential, and all those from impoverished backgrounds at risk of being left behind, forgotten or even deliberately excluded from fully participating in their communities.
Through constantly raising awareness of those on the existential margins of society, your role as diplomats can help shine a light into the darkest corners of our world, bring those on the peripheries to the centre, and lend a voice to the voiceless and those who have been silenced. It is my hope that in the exercise of your high duties, you will be able to seek, both here in Rome and elsewhere, fresh and creative ways of promoting solidarity and social friendship, particularly with the most vulnerable of our brothers and sisters (cf. Enc. Fratelli Tutti, 112-117). In this regard, I assure you of the cooperation and support of the Secretariat of State and of the Dicasteries and Offices of the Roman Curia. By building on the many existing initiatives and areas of common concern, I am confident that the positive and cordial relations between your countries and the Holy See will continue to develop and bear fruit.
Dear Ambassadors, as you commence your new missions in service to your nations, I offer you my prayerful best wishes for your important work. Upon you, your families and all your fellow citizens, I gladly invoke the Almighty’s abundant blessings. Thank you.