Mensaje con motivo de la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico 2024

«Yo soy el camino
y la verdad y la vida»
(Jn 14,6)

Mensaje de los obispos con motivo de la
Jornada de Responsabilidad en el Tráfico

7 de julio de 2024

Nuestro cordial saludo

Queridos hermanos y amigos transportistas y conductores: «A vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (1 Cor 1,3).

Un año más, y son ya cincuenta y seis, el primer domingo de julio, este año el día 7, los obispos responsables del Departamento de Pastoral de la Carretera de la Conferencia Episcopal Española, con motivo de la 56 celebración de la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico, os enviamos, con nuestro cordial saludo, el mensaje acostumbrado.

Lo hacemos en la proximidad de la fiesta de san Cristóbal, día 10 de julio, patrono de los conductores y transportistas, coincidiendo con el inicio de los desplazamientos masivos con motivo de las vacaciones de verano.

Os saludamos a todos los que estáis relacionados con la movilidad humana y la seguridad vial: DGT, guardia civil, policía de tráfico, camioneros, taxistas, repartidores, conductores de autocar y autobús, ambulancias, bomberos, cofradías de san Cristóbal, asociaciones de transportistas, de víctimas, automovilistas, motoristas, ciclistas… y usuarios de patinetes, que cada día son más los que circulan por nuestras ciudades.

No olvidamos a quienes trabajan, en ocasiones durante el día y la noche, en los muchos servicios relacionados con la movilidad, como gasolineras, restaurantes, talleres mecánicos, etc.

Saludamos también a los peatones que transitan por los centros urbanos y los animamos al buen uso de los pasos de peatones y aceras, con el fin de evitar posibles accidentes.

Conductores y transportistas

La movilidad, tanto de personas como de mercancías, en nuestra sociedad del siglo xxi, constituye una realidad pujante.

Nuestras carreteras, sobre todo en los meses de verano, se llenan de vehículos particulares, donde familias enteras se desplazan para pasar unas merecidas vacaciones o visitar a la familia, con grandes deseos de disfrutar del reencuentro o gozar unos días de la playa o de la montaña.

A los millones de conductores particulares hay que añadir los muchísimos transportistas, nacionales e internacionales, de personas y mercancías, que día y noche circulan por toda la red nacional, prestando un preciosísimo servicio a nuestra sociedad, del cual no siempre somos conscientes ni agradecidos. A todos ellos, sin excepción, va dirigida la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico del día 7 de julio.

Unida a la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico tenemos la fiesta lúdica en honor de san Cristóbal, patrono de conductores y transportistas.

Os animamos a todos, tanto a transportistas como a conductores particulares, a participar en vuestras parroquias o ciudades, en los actos que se organizan en honor del santo patrono, principalmente en la eucaristía, procesión y bendición de los vehículos.

«Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi camino» (Sal 119,105)

La Iglesia encuentra en la Palabra de Dios y en el magisterio la principal fuente y sentido de su misión pastoral, pues, como dice el apóstol san Pablo: «Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena» (2 Tim 3,16-17). Estas enseñanzas de san Pablo son esenciales también para la pastoral de la carretera y para ayudarnos a ser conductores responsables y respetuosos con nuestros semejantes. Por eso, hemos de pedir confiadamente a Dios: «Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad» (Sal 25,4), pues, «lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi camino» (Sal 119,105).

«Yo soy el camino y la verdad y la vida» (Jn 14,16)

«Yo soy el camino y la verdad y la vida». Estas palabras del evangelista san Juan, elegidas este año como lema de la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico, fueron pronunciadas por Jesús en el discurso de despedida de sus discípulos antes de partir de este mundo al encuentro definitivo con el Padre.

«Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre» (Jn 13,1) dijo a los apóstoles: «Me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y a donde yo voy, ya sabéis el camino». Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,2-6).

«Yo soy el camino»

«Yo soy el camino» (Jn 14,6). Todos sabemos que cuando salimos de viaje para ir a un determinado lugar, no es indiferente la elección del camino. Si queremos llegar a tiempo, hemos de elegir el camino que esté en mejores condiciones y que sea bien conocido.

Jesús, en el Evangelio, se presenta como «el camino», no un camino cualquiera, sino el único camino que nos lleva al Padre (cf. Jn 14,6) y que nos conduce también a la relación y convivencia fraterna con nuestros semejantes.

El camino, como la carretera o la autopista, es un lugar de tránsito, de salida, de llegada y de encuentro. Caminar con Jesús me obliga a ser buen conductor, responsable, cumplidor de las normas de tráfico y respetuoso con los demás conductores como rezamos en la oración a la Virgen de la Prudencia: «No por temor a la multa sino por amor a Dios y respeto a mi prójimo».

También debemos exigir a las autoridades competentes de las vías públicas que todas ellas estén bien señalizadas, el firme en buen estado y los arcenes seguros, cosas todas esenciales para la seguridad de quienes transitan por ellas.

Caminar con Jesús me obliga a no pasar de largo ante una necesidad de mi prójimo, como hizo el buen samaritano, al encontrarse con quien estaba malherido al borde del camino y necesitaba una mano amiga que lo curase y llevase a la posada (Lc 10,30-37).

Caminar con Jesús es hacer agradable el viaje de los que comparten el vehículo conmigo, levantando los ánimos y la esperanza, y, si es preciso, parar a descansar en un área de servicio, compartir un café o un almuerzo en la mesa, como vemos que hacen Jesús y los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35).

«Yo soy la verdad»

«Yo soy la verdad» (Jn 14,6). «¿Y qué es la verdad?» (Jn 18,38) preguntó Pilato a Jesús, cuando este le dijo que había venido al mundo para dar testimonio de la verdad y que quien está dispuesto a vivir en verdad, debe escuchar su voz (Jn 18,37). Pilato no cayó en la cuenta de que la «verdad» la tenía delante de él.

Si como dice el refrán: «En boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso», hay que esforzarse en todo momento por obrar conforme a la verdad, aunque esto acarree más de un disgusto. Todos sabemos muy bien que «ninguna mentira viene de la verdad» (1 Jn 2,21).

Nuestras carreteras, con relativa frecuencia, son lugares donde se producen accidentes entre vehículos, de mayor o menor gravedad para los usuarios, y no siempre se dice la verdad cuando se trata de averiguar quién y cómo se produjo el siniestro. En casos así, donde parece que la verdad o la mentira tienen el mismo valor, no podemos olvidar las palabras de Jesús: «La verdad os hará libres» (Jn 8,32).

«Yo soy la vida»

«Yo soy la vida» (Jn 14,6). «En él estaba la vida» (Jn 1,4), «pues la vida se hizo visible» (1 Jn 1,2).

El mayor tesoro que hemos recibido de parte de Dios es la vida: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó» y «Dios los bendijo» (Gen 1,27-28). Esta afirmación del libro del Génesis hizo clamar al salmista: «Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las obras de tus manos. Todo lo sometiste bajo sus pies» (Sal 8,6-7); «Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno» (Gen 1,31). Y, como le dice el libro de la Sabiduría al dirigirse a Dios: «Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste» (Sab 11,24).

Pero somos muy frágiles, muy frágiles y, al menor descuido, podemos perder la vida; por eso, debemos cuidarla y tratarla con mucho respeto y dedicación.

El uso del coche es algo muy normal y ordinario en la vida de cualquier conductor. Pero, cuando conduces un vehículo, solo o en compañía, no puedes olvidar, en ningún momento, la grave responsabilidad que asumes de velar por tu vida y la de los demás.

Cuidar la vida

No hay dinero suficiente para comprar una sola vida. Somos únicos e irrepetibles.

¿Cuántas veces hemos oído decir que el cinturón salva vidas? Y ¿cuántas veces tras un siniestro mortal, nos dicen las autoridades que esas personas no llevaban puesto el cinturón en el momento del accidente que podría haberles salvado la vida?

Amar y respetar la vida propia y ajena, para un conductor, equivale a permanecer atento a la conducción, respetando en todo momento las normas de tráfico que son las que me indican en cada momento cómo debo comportarme por mi bien y por el de los demás.

Amar mi vida y la de mis semejantes quiere decir conducir bien y en las debidas condiciones y responsabilidad sin ser un peligro para nadie, como ya san Pablo se lamentaba de ello (cf. 2 Cor 11,26).

«Sed sobrios, velad» (1 Pe 5,8). Cuando hay controles en las carreteras sobre alcohol y drogas, las estadísticas nos dicen que no son pocos los que conducen bajo los efectos del alcohol y de las drogas, poniendo así en riesgo la propia vida y la de los demás.

No usar el móvil indebidamente

«Sed prudentes» (Mt 10,16). Amar la vida, propia y ajena, es correr a la velocidad justa, ni más ni menos. No pocos siniestros tienen su origen en la excesiva velocidad.

«No estéis agobiados por vuestra vida» (Mt 6,25). Amar la propia vida y la de los demás me obliga a no jugármela sencillamente por usar el móvil indebida e irresponsablemente mientras se conduce, como desgraciadamente sucede con relativa frecuencia. Todo puede esperar y el conductor debe ser consciente de la grave responsabilidad que lleva entre sus manos: cuidar y respetar su vida y la de los demás teniendo siempre presente que «en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 18,28).

Sí, Jesús es la vida. Así lo dice él mismo: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10). Por eso, hacemos nuestras las palabras del Señor: «No os inquietéis por la vida pues la vida es más que el alimento y el cuerpo más que el vestido» (Lc 12, 22-23).

El vehículo, instrumento de trabajo y de descanso

El vehículo es un medio que se puede utilizar de modo prudente y ético para la convivencia, el trabajo, la solidaridad y el servicio a los demás, o se puede también abusar de él.

No siempre que cogemos un vehículo es por divertimento o placer, para salir con la familia o los amigos. La mayor parte de las veces cogemos el coche como instrumento para ir o volver del trabajo. Pero hay vehículos que son ellos mismos los instrumentos del trabajo: camión, autocar, taxi, ambulancia…, a los cuales la sociedad está muy agradecida por los múltiples servicios que prestan por el bien común.

Hay mucha gente buena

Sean por las razones que sean, cuando subimos a un vehículo y emprendemos un viaje se debe disfrutar del viaje y del vehículo y pasar haciendo el bien a todos, como san Pedro dice del Señor: «Me refiero a Jesús de Nazaret […], que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10,38).

En las calles y carreteras hay mucha gente buena, más de la que imaginamos, que diariamente se esfuerza como conductores o peatones por hacer las cosas bien, cumpliendo las normas de tráfico con responsabilidad y cuidando de la seguridad vial, que es tanto como decir: salvando vidas.

Os manifestamos una vez más nuestra alegría ante la fiesta del patrono de los transportistas y conductores, san Cristóbal, a la vez que expresamos nuestra inquietud con motivo de la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico ante el aumento de los siniestros viales y los muertos en carretera, y mantenemos la firme esperanza de siniestros viales, cero.

Compartimos las palabras de Jesús: «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,11-12), también cuando se conduce un vehículo.

Que santa María de la Prudencia y san Cristóbal nos protejan y acompañen en todos nuestros desplazamientos.

«Os escribimos esto, para que nuestro gozo sea completo» (1 Jn 1,4).

Madrid, 7 de julio de 2024

Obispos de la Subcomisión Episcopal para
las Migraciones y Movilidad Humana
Departamento de Pastoral de la Carretera de la CEE

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