Audiencia del Santo Padre a las participantes en los Capítulos generales de las Hermanas de San Félix de Cantalicio y de las Hijas de Nuestra Señor de la Misericordia

6 de junio de 2024.- Esta mañana, en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a las participantes en los Capítulos generales de las Hermanas de San Félix de Cantalicio y de las Hijas de Nuestra Señor de la Misericordia, y les ha dirigido el siguiente discurso:

Discurso del Santo Padre

Queridas hermanas, buenos días.

Bienvenidas a todas ustedes, Hermanas de San Félix de Cantalicio, e Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia. Saludo en particular a sus Madres Generales, y les agradezco su presencia. Están celebrando los Capítulos Generales, y es hermoso que, en esta ocasión, vengan a encontrarse con el Sucesor de Pedro, para reafirmar su compromiso al servicio de Dios y de la Iglesia. El servicio es ciertamente un elemento que une sus fundaciones, que se produjeron, aunque en circunstancias diferentes, en el mismo periodo histórico: el siglo XIX.

En aquella época, Sofia Camilla Truszkowska, más tarde Sor Angela Maria, fundó las Hermanas de San Félix de Cantalicio, en Varsovia, en una Polonia asolada por la guerra, al servicio de los niños, los discapacitados y los jóvenes en situación de riesgo. De estos comienzos, llama la atención el episodio en que, ante la escalada del conflicto armado, ella y las hermanas decidieron atender a todos los heridos, independientemente del bando al que pertenecieran. Por ello fueron acusadas de traición y la labor fue suprimida por las autoridades civiles. Fue la Providencia la que, tiempo después, la resucitó, quizá también gracias a su valeroso sacrificio, y la extendió aún más, al otro lado del océano, a América, de nuevo bajo el impulso del servicio, esta vez para asistir a los emigrantes polacos. Y desde entonces en muchas otras partes del mundo. Este es un signo importante para ustedes, sobre todo ahora que celebran el Capítulo: ¡un signo que les invita a no tener miedo de perder la seguridad de las estructuras y de las instituciones, para permanecer fieles a la caridad! Y les hará bien tenerlo presente, en sus reuniones, para recordarles que las estructuras no son la sustancia: son sólo un medio. La sustancia es el amor a Dios y al prójimo, ejercido con generosidad y en libertad: «Porque el amor de Cristo nos posee» (2 Cor 5,14), según las palabras de San Pablo que han elegido como guía para su trabajo.

Al mismo tiempo, en Italia, en Savona, otra joven, Benedetta Rossello, más tarde Sor María Giuseppa, inició, bajo la dirección de su obispo, otra obra, también al servicio de los pobres, los niños y las jóvenes: se trata de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia. Benedetta era también una joven decidida que, a pesar de ser indigente, había renunciado a la perspectiva de una rica herencia para seguir la llamada a la consagración, eligiendo el lema «¡El corazón a Dios, las manos al trabajo!». Se lanzó a su nueva aventura de amor con medios pobres pero poderosos: «un crucifijo, una estatuilla de Nuestra Señora Mater Misericordiae y cinco liras de capital», siempre dispuesta a ser la primera en realizar cualquier tipo de servicio. Y llegados a este punto, permítame compartir con usted un recuerdo personal. En efecto, fue en una de sus escuelas, en Buenos Aires, en el barrio de Flores, donde hace muchos años recibí los sacramentos de la iniciación cristiana. ¿Cómo olvidar a la querida Hermana Dolores, de quien tanto aprendí y a quien seguí visitando durante tanto tiempo? Por ello doy gracias al Señor y a todas ustedes, porque mi actual servicio a la Iglesia es también fruto del bien que recibí, a temprana edad, de su familia religiosa.

Queridas hermanas, ¡vean cómo todos somos instrumentos en las sabias manos de Dios! ¿Quién puede imaginar lo que Él sacará de nuestros pequeños «síes»? Por eso, para concluir, quisiera animarlas a renovar su adhesión a su voluntad, en fidelidad a los votos que han profesado y en docilidad a la acción del Espíritu. Abandónense a Él y den todo, siempre, con generosidad. Rezo por ustedes, y ustedes también, por favor, ¡no se olviden de rezar por mí! Gracias.

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